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viernes, 31 de agosto de 2012

Capítulo 2 - Un nuevo rumbo



     La mesa estaba muy bonita decorada con dos grandes centros florales. La señora ordenó sacar el candelabro de plata y lo colocó en el centro. Los entremeses tenían una pinta exquisita y qué decir de los platos que siguieron. Entre las felicitaciones a la cocinera, el buen gusto de la dueña, la charla animada que marcaba el ritmo de la comida con un suave rumor pasó la velada Emma que se quedó mirando el fondo de su plato, ya vacío. Estuvo así unos minutos hasta que su padre dándose cuenta la invitó a dar un paseo a caballo a la mañana siguiente.
    -El paseo a caballo tendrá que posponerse hasta que los caminos no estén embarrados por la lluvia, me temo -reprobó doña Amalia.
    Emma no parecía haber escuchado nada, pues no se inmutó, entonces Ana María la preguntó si se encontraba bien cogiéndole la mano.
    -Sí, por supuesto pequeña. No te angusties por nada -tranquilizó a la pequeña.
    -Y entonces, ¿qué mirabas en el plato con tanto interés? -Quiso saber su hermano.
    -Dejad tranquila a Emma. Debe estar agotada y la estáis agobiando con tanta insistencia -la defendió su hermana mayor.
    A continuación llegó teresa con los postres. Un pastel de cerezas que tenía un aspecto impresionante. Emma tomó un sorbo de su copa de jerez y confesó que se sentía un poco abrumada por semejantes atenciones. 
    -Sé que os alegráis mucho de tenerme de vuelta... pero no sé hasta qué punto soy merecedora de tales atenciones.
    -¡No digas bobadas, niña! Llevas cerca de cinco años fuera y es lo menos que podemos hacer para demostrar nuestro entusiasmo -espetó Teresa sirviéndola un trozo de pastel.
    -¡Teresa, por favor! Un poco de mesura -replicó doña Amalia recordando el puesto de cada una-. Me parece observar que nuestra Emma ha ganado modestia en su ausencia. No está mal. Ahora termina el postre y después sube a descansar. 
    -Bien, madre. Eso haré. 

    La charla bajó de tono y se fueron vaciando los platillos. Emma se levantó y pidió disculpas, pero estaba realmente agotada, así que subió las escaleras acompañada una vez más de Teresa. Ya en el dormitorio, Emma se quitaba la ropa con la ayuda de Teresa y la tranquilizaba diciéndola que solo era agotamiento y que en un rato estaría bien. Así que la mujer se encogió de hombros, la dio un beso en la frente y la arropó como cuando era una niña, su niña.

    Todos se quedaron algo tristes al ver a Emma con esa actitud, pero por otro lado era muy comprensible después de pasar casi toda la noche sin descansar con el traqueteo del carruaje. Los pequeños se quedaron también dormidos en un rincón del tresillo con el son de la melódica sonata que interpretaba Blanca en el piano. La dulce música que tocaba se filtraba levemente por las paredes de la casa llegando como un susurro a los oídos de Emma, lo que la ayudó a conciliar el sueño. Lo necesitaba. Aunque no quería reconocerlo, lo necesitaba. Y la sirvió para poner en orden sus recuerdos, experiencias, su mente... El sueño la fue envolviendo. 


                                                  * * *


    Parecía que habían pasado dos días cuando doña Amalia la llamaba bajito al oído. Estirando sus brazos saludó a su madre.
    -¡Qué bien he dormido, madre!
    -Me alegro, mi niña. Ahora te voy a ayudar a vestirte y salimos de paseo en la berlina, que ha dejado de llover y podemos bajar la capota. Te hará bien el aire fresco en la cara.
    A Emma la encantó esa idea y rápidamente se puso de pie y se metió en la crinolina que tenía ya colocada en el suelo.
    -Madre, -dijo con voz animada- en Madrid, me dijo una compañera, han traído unas nuevas crinolinas más ligeras y que se llaman miriñaques. Son de París. 
    -Ya están sacando inventos raros. ¿Qué tienen de malo las crinolinas de siempre?
    -Dicen que son más ligeras y manejables. He pensado que quizás...
    -Bueno, bueno, señorita. Ya se verá. Además, no creo que el almacén de la calle Principal tenga esas novedades.
    Después de que la doncella la colocara el peinado bajaron las escaleras. Ahora ya parecía la misma de antaño. Blanca las acompañará también. Por el camino las dos muchachas se fueron contando las curiosidades que las parecían más relevantes por lo graciosas que fueron. Pasaron todo la avenida riendo y su madre las miraba embelesada. Le vino al recuerdo la época en la que la niña era ella misma y reía junto a su pequeña hermana. Ha pasado tanto tiempo de aquello, que llegó a pensar que se lo habían contado. Doña Amalia escuchaba con mucha curiosidad todo lo que contaba su hija. No se imaginaba que hubiera tanto que relatar.

    El tiempo se había vuelto más apacible. Esa repentina lluvia vino bien para refrescar el calor del verano castellano. Los caminos apenas se habían embarrado y se respiraba el aroma de la hierba mojada en el ambiente. Blanca, mirando al final del camino, dejó su conversación parada.
    -Donde terminaba la hilera de chopos plateados hay una casa -dijo.
    -Lo se -respondió Emma-. Es la finca de la familia Quintana. Una de las que más tierras poseen, ¿no es así, madre? De niña siempre jugaba cerca del muro que separa sus terrenos de los nuestros. Pero dime, ¿qué ocurre con esa casa? ¿Acaso la venden?
    -¿La casa? -prosiguió su hermana-, en breve me traslado a vivir allí.
    -¿Qué? Pero, ¿qué insinúas? ¿qué ocurre madre?
    -Emma, tranquilízate. Solo ocurre que el señor don Leandro Vega de Quintana ha pedido la mano de Blanca a tu padre para su hijo. Tu hermana mayor es muy afortunada de haber conseguido que su familia piense en ella.
    -¡Madre, pero si es un viejo! Le lleva por lo menos quince años y...
    -¡No exageres, niña! -la reprendió su madre-. Solo es doce años mayor que ella. Es todo un caballero y tiene un excelente patrimonio. Serán muy felices, ya lo verás.
    -¿Tú le quieres, hermana?
    -Yo... el cariño viene después, Emma. Aún no entiendes ciertas cosas -intentó auto convencerse de sus propias palabras. Intento que resultó en vano.

    Emma se quedó pensativa. No se esperaba que a su vuelta se iba a encontrar tantas novedades. Y menos que su hermana estuviera prometida con un señor mayor. Ella siempre había visto el matrimonio como una relación de amor, como la de sus padres. Es cierto que también hay una diferencia de edad considerable, pero al menos ellos contrajeron matrimonio enamorados, y no por un frío acuerdo. Blanca era una joven con muy buena reputación y algunas de las amistades de la familia seguro que la querrían para alguno de sus herederos. No había que apresurarse de esa manera. Pero no le causaría otra jaqueca a su madre y optó por guardar silencio sobre el tema. Además, si ya estaba decidido poco, o nada, podría hacer ella para cambiar el rumbo de las cosas. Blanca dejó escapar un suspiro al pasar por el portón del muro. Pero no añadió nada más.

    El paseo fue de lo más gratificante y esclarecedor. Tuvieron tiempo de hablar sin ser interrumpidas, sobre los planes para el matrimonio, los próximos bailes que se celebrarán y de las personalidades que visitarán la ciudad próximamente. De regreso a la casa las tres damas estaban de acuerdo en retirarse pronto a descansar. Así que Teresa les preparó un refrigerio y se dirigieron a sus estancias. Ya en la intimidad de su soledad no pudo ni abrir su diario personal. Estaba  exhausta y el día había estado cargado de emociones fuertes. Por lo que pensó que mañana sería otro día.