Aún era pronto para que los primeros rayos de sol entraran en el dormitorio de Emma atravesando los cortinajes, pero ella estaba despierta desde hacía una hora. Estando así, tumbada y con la cabeza apoyada en los almohadones, recordó lo distintas que eran las mañanas en la escuela. La calma precedía al jaleo que se organizaba hasta que la señorita Ayala acudía con su horrible silbato y las hacía callar. "Como han cambiado las cosas -pensó -". Después de unas semanas de calma relativa en su hogar casi echaba de menos el barullo en los pasillos, las charlas improvisadas con las compañeras,... Ahora todo resultaba mu tranquilo. Excepto por un gran acontecimiento que se daría en otoño: el casamiento de su hermana mayor. Con todos los preparativos para la ceremonia lo cierto es que no había calma hasta que se ocultaba el sol.
Se incorporó sobre un gran cojín y cayó en la cuenta que antes escribía un diario. ¿Dónde estaría ahora? Después de tanto tiempo no creía que siguiera en el mismo compartimento oculto de su secreter. Seguramente alguno de sus hermanos menores lo habrían encontrado jugueteando entre sus cosas o la sirvienta limpiando el polvo. Sin muchas esperanzas de encontrarlo se levantó y encendió el candil para ver mejor. Se acercó al escritorio y bajó la tabla que hacía las veces de apoyo para el papel. Apartó el tintero. Todo seguía en la misma disposición que lo había dejado años atrás. Buscó la palanquita que accionaba el mecanismo del falso fondo y observó que seguía su diario. En el mismo lugar. Se sintió aliviada, pues si bien no contenía ningún misterio, no le gustaba la idea que hubieran descubierto su rincón secreto. Lo abrió por una página al azar y sonrió al recordar los sucesos que escribió. "Has sido una niña muy traviesa -se dijo para sus adentros con una sonrisita pícara en su rostro- y ahora ya eres casi una mujer". Volvió a dejar todo como estaba, se volvió a la cama y sopló la llama. Casi sin darse cuenta se quedó dormida.
* * *
-Los panecillos están deliciosos, Teresa, díselo después a Beatriz, por favor -dijo Blanca en la mesa del desayuno.
-Lo haré, descuide señorita.
-¿Dónde se ha metido Emma? -preguntó con cierto aire de contrariedad doña Amalia-. Estamos todos a la mesa y ella... no suele tener este comportamiento. Teresa, ve a buscarla.
-No hace falta, madre -dijo Emma desde el pie de la escalera cuando estaba a punto de entrar en el comedor- discúlpenme por favor, pero me quedé traspuesta casi al alba y no me di cuenta de la hora que se había hecho. No volverá a ocurrir.
-Bueno, que no se ha declarado una guerra. No hay por qué ponerse así -defendió don Esteban-.
-¡Mmmm, qué buena pinta tiene todo! Esta mañana tengo muy buen apetito.
-Mejor. Así cogerás fuerzas para todos los compromisos que tenemos hoy -añadió su madre-.
Y no exageraba. Tenían el día completo de compras, visitas a las amistades más allegadas, encargos para el banquete,...Y todo por que un hombre se casa con una mujer -pensaba Emma-. Yo no me casaré. Pero sabía bien que ese era el destino que la esperaba. Aunque a veces el destino tiene extraños planes para cada uno por mucho que se intente variar el rumbo hacia nuestros propósitos. Pero Emma no sabía eso. Al menos todavía. Era aún muy ingenua y seguía imaginando que ella tendría una vida como en los libros, llena de aventuras y grandes emociones.
* * *
Al lado de la gaceta había una tienda que tenía diversos artículos. Algunos de joyería y otros de complementos tales como guantes o incluso libros. La regentaba un señor muy mayor pero que era muy amable. A veces, se podían comprar objetos del extranjero. A Emma le gustaba pararse delante del escaparate y contemplar aquellas maravillas. Y aquella mañana no iba a ser distinta. Se situó muy cerca del cristal y puso sus manos al los lados de las sienes para evitar el reflejo del sol. Al ver la misma escena de nuevo, su madre la dijo que podían entrar para ver alguna cosa que le pudiera gustar. Ya era toda una señorita y tenía que empezar a lucir cosas bonitas propias de su edad. Muy ilusionada, la muchacha dio un beso a su madre con un<<gracias madre>> y se volvió inmediatamente hacia la entrada. Al abrir la puerta sonó una campanilla. El dueño dio la bienvenida a las nuevas clientas permitiéndolas contemplar lo que gustasen y que no dudasen en preguntar alguna duda. Las damas se pusieron a observar todo lo que se veía encima de las mesitas expositoras, sobre las paredes, en percheros improvisados. Había tantas cosas... Emma se fijó en una vitrina en la que había orfebrería y algunas joyas muy lujosas. Pero no miraba las joyas. Su atención fue llamada por un pequeño broche de plata del que colgaban tres cadenitas de plata también y al final de cada una de ellas había un guardapelo, una lupa y un bolsito diminuto para guardar notas. Llena de curiosidad, le preguntó al dueño que era aquel artilugio.
-Se llama chatelaine, mi querida señorita -respondió el comerciante- y se prende de la falda de su vestido para poder llevar objetos queridos siempre con usted. Además es muy elegante. La felicito por su buen gusto.
-Mire, madre. Es muy bonito. No se si nos lo podemos permitir, pero me encantaría tener uno, por favor...-dijo con voz mimosa la joven.
-Hummm, veamos el precio. Sube bastante de lo que tenía pensado gastar hoy, pero... -remoloneaba doña Amalia- está bien. Será un regalo que te hago. Espero que lo sepas valorar.
-¡Por supuesto, madre! -exclamó Emma con un salto de alegría-. Me hace muy feliz.
El dueño sacó el chatelaine de la vitrina y se lo metió en una cajita de terciopelo negro. La niña iba tan contenta que antes de salir del establecimiento dijo que se lo quería poner en ese mismo instante. A su madre no le pareció buena idea. Es más prudente ponerlo en casa, pero Emma estaba tan ilusionada que la ayudó a soltar el alfiler para sujetarlo en su falda.
-¿No es precioso, madre? Se ve muy distinguido.
Al salir a la calle, Emma no dejaba de mirar su precioso colgante por lo que no pudo ver que en ese mismo instante pasaba la señora Giménez acompañada de un caballero, con el que Emma se tropezó provocando que su broche se enganchara y cayera al suelo soltándose algunas piezas.
-Lo lamento mucho. Ruego que disculpen mi torpeza, señoras -dijo aquel caballero levantando su sombrero de copa e inclinándose hacia delante para recoger el broche de la joven que estaba en el suelo.
-No, por favor, no tiene de qué disculparse, la torpe he sido yo que no miraba por donde caminaba. Lo siento mucho, de veras.
-Querida, -añadió la madre- tenía razón en no sacarlo de su estuche aún. Mira lo que has conseguido. Disculpa a mi hija, Isabel, amiga -pidió mirando a la mujer-. Tú y tu acompañante pensaréis qué hija más distraída tengo.
-No te preocupes, Amalia. Estas cosas suceden y ya. No ha habido heridos -dijo su amiga Isabel riendo-.
O tal vez sí los había. En la mano del caballero estaba el broche separado de los colgantes. Emma contempló el estado en el que había quedado su bonito regalo encima del guante oscuro de aquel hombre, poniéndose muy triste.
-Por cierto, ¡qué descortesía la mía! No os he presentado al primo de mi esposo que ha venido a la ciudad por asuntos de negocios: don Luis Alonso Montero le presento a mi amiga doña Amalia Vicenta Fonseca y su preciosa hija segunda la señorita Emma Valdivia.
-Un enorme placer, señoras, a pesar de que el chatelaine de la señorita no opine lo mismo -bromeó el señor Montero para alejar la tristeza de la cara de Emma y volviendo a saludar con una inclinación de la cabeza.
-Lo mismo digo -dijeron madre e hija al unísono inclinándose igualmente.
-De todas maneras, señorita, no debe preocuparse... -añadió el caballero-. Lo mandaré arreglar y quedará como nuevo.
-¡Oh, no! No es necesario -dijo doña Amalia-. Nos podemos encargar nosotras. Nuestro joyero...
-¡Faltaría más! De ninguna manera, por favor. Permítanme ocuparme de ello. Será para mí muy gratificante poder arreglar su bonito broche. Solo díganme la dirección a la que lo debo devolver, se lo ruego.
-Muy bien, si insiste... -accedió doña Amalia provocando una sonrisa en el semblante de Emma al comprender que su colgante iba a ser arreglado-. Anote las señas, no tiene pérdida. De todas maneras, mi amiga le puede acompañar cuando usted desee a tomar un chocolate. En agradecimiento a su cortesía, como no. Y así podrá conocer a mi esposo. Seguro que se llevarán muy bien.
-Estaré encantado de hacerles compañía y será un honor conocer a su señor esposo.
Don Luis Alonso Montero era un hombre de veintiséis años, de fuerte atractivo, piel y cabello morenos y de buena figura. Su aspecto era el de una persona en la que puedes confiar. Vestía una levita en tono gris marengo. Calzones de color gris claro y botas altas negras. El cuello de la camisa atada con el cravat negro le marcaba más el mentón, lo que le daba un aire muy interesante complementado con su sombrero gris. Se veía a la legua que no era de los alrededores. Esas ropas, ese porte... Estaba en la ciudad visitando la gaceta local, pues su padre era el propietario de un semanario muy importante en Madrid y mantenía colaboraciones con algunas revistas, gacetas y otros semanarios del país. Y además escribía él mismo algunos artículos que habían sido muy acertados.
El señor Montero envolvió en su pañuelo la cajita que contenía el chatelaine ofreciendo a la muchacha una mirada irresistible para ella acompañada de una sutil sonrisa algo ladeada que reforzaba aún más si cabe esa mirada suya. <<Parecía todo un seductor -pensó Emma- y con su edad seguro que ha tenido tiempo y escuela para seducir a cuantas damas haya tenido la ocasión>>.
-Amalia, amiga, debemos seguir nuestro periplo de hoy con algunas visitas pendientes. Espero que nos puedas disculpar.
-Por supuesto, Isabel. No faltaría más. Espero de veras recibir muy pronto tu visita y con la agradable compañía de tu esposo y vuestro amable invitado.
El caballero levantó un poco su sombrero con un gesto de despedida y las damas se despidieron como corresponde, inclinándose levemente. Madre e hija vieron como se alejaban hasta que doblaron en la esquina con la calle Santiago.
-Sin duda un caballero muy apuesto -pensó doña Amalia en voz alta sin darse cuenta de que su hija la había escuchado.
-Madre... esos comentarios de una señora como usted... -advirtió la joven con una pequeña sonrisa dibujada en su cara.
-¡Oh! Pero..., ¡mira la hora que es, niña! Debemos apresurarnos para terminar con todos los recados que nos quedan -cortó la madre astutamente.
Y se dirigieron al edificio de telégrafos para enviar algunas cartas, a la tienda de tejidos y a la corsetería de Madame Caroline antes de regresar para la hora de la comida. Además, esa misma tarde esperaban la visita de la modista doña María de Melho para realizar las medidas y encargar nuevos vestidos.
* * *
Con tanta actividad, Emma estaba realmente agotada pero contenta. La encantaba salir de compras con su madre y ver las novedades que traían los comerciantes, aunque en aquella ciudad de provincias, la verdad, eran muy escasas. Si no hubiera sido por el incidente del colgante... Todo sería perfecto. A pesar de la promesa de aquel caballero, la muchacha no estaba muy convencida de que fuera capaz de devolverlo a su estado original. Pero lo cierto es que se había tomado muchas molestias sin tener ninguna obligación por ello, pues Emma había sido una imprudente y había aprendido la lección de no ser tan atolondrada. Había sido una jornada tan interesante que pensó que sería una buena idea escribirla en un diario personal, así que buscó de nuevo su antiguo librito. Al abrir su secreter cayó en la cuenta: <<Debo conseguir pronto otro diario -pensó-, a éste no le quedan muchas páginas libres>>. Sacó su plumilla del cajón y el tintero y comenzó a fijar sus recuerdos en el viejo cuaderno:
"-15 de julio de 1855.
Querido Diario:
El día de hoy ha estado repleto de actividades y de las cuales he
salido muy ilusionada. Por fin mi estimada madre me ha visto como
la mujercita en la que me estoy convirtiendo y ha invertido
bastante dinero y esfuerzo para completar mi atuendo. Me ha
obsequiado un colgante precioso, pero por mi estupidez se soltaron
algunas piezas.
Un caballero muy amable y cortés que es familiar de una amistad
de mis padres se ha ofrecido a devolvérmelo con su estado original.
No albergo muchas esperanzas, pero nos ha dado su palabra.
Estoy deseando lucirlo, aunque no tenga muchos actos a los que
pueda llevarlo.
Ahora estoy algo cansada. Seguiré otro día."