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jueves, 15 de agosto de 2013

Capítulo 30 - El mensaje del abanico.


    No era propio de Emma retrasarse a la hora del desayuno y más aún en una casa que no era la suya, pero lo cierto es que no tenía prisa ninguna por encontrarse con todos en el comedor. Encontrarse con el señor Montero. Durante toda la noche había tenido en su cabeza la imagen de aquel beso, y de aquellos sentimientos que despuntaron en su pecho mucho antes que lo hiciera el día. Así que la idea de volver a verle... La doncella estaba ayudando a Emma con el cabello cuando doña Amalia entró a buscar a su hija.

    -¡Emmanuela! ¡Por el amor de Dios! ¿Quieres bajar pronto, muchacha? -reclamó su madre.
    -Sí, madre, enseguida estaré lista. Disculpe el retraso. Anoche no pude descansar bien.
    -¡Oh, pequeña! Cuánto lo lamento. Pero no debes preocuparte más por tu hermana. El doctor ha llegado temprano con vuestro padre y ya ha examinado a Blanca -respondió la madre sin conocer el auténtico motivo del desvelo de su hija-. Dice que sólo es una torcedura sin importancia y le ha puesto un nuevo vendaje. Debe tener la pierna lo más posible en reposo pero no requiere mayores atenciones...
    Emma la oía hablar pero no escuchaba después de la parte en que Blanca estaba bien. Su mente volaba hacia otro lado bajando del brazo de su madre. Hacia otra persona...

    En el comedor ya estaban todos esperando a las dos mujeres para desayunar. Emma les saludó disculpándose por el retraso y se sentaron a la mesa que estaba repleta de bollos recién hechos, panes, zumo de uva y de naranja y chocolate caliente. La joven no probó apenas bocado. Para el resto pasó desapercibido ese detalle porque estaban interesándose por el estado de Blanca, pero no así para Montero, que no apartaba la mirada de ella. Viéndola allí sentada, al otro lado de la mesa, lo único en que podía pensar era en levantarse, acercarse a ella y cogerla entre sus brazos para besarla como si el tiempo se detuviera en ese mismo instante. Quería soltar su cabello y acariciar los mechones que caían libres por su rostro. Tenerla apretada contra su pecho. Mas sabía que no cabía tan siquiera soñarlo. Además, estaba prohibida. Tuvo que apartar la mirada para apartar también esos pensamientos que encendían su corazón.

    A la hora de la despedida, ya en el zaguán de la entrada, agradecieron encarecidamente la hospitalidad de la que habían gozado y prometieron repetir más a menudo aquellas veladas pero sin ese tipo de sobresaltos.

    -Veo que mi sobrino te ha prestado uno de sus tesoros -apuntó doña Isabel señalando el libro que sostenía Emma entre sus manos.
    -¿Eh? Sí... En cuanto lo termine se lo haré llegar, doña Isabel.
    -No hay prisa, niña. Además, son todos de Luis Alonso por lo que a mi no tienes que darme cuentas -rió doña Isabel, provocando que Emma se sonrojara por la pequeña broma-. Pero... no he conseguido encontrar mi abanico, ayer lo dejé en el jardín y no logro recordar lo que hice después con él.
    -En este instante se lo iba a entregar, señora Valdivia. Lo vi en la parte posterior y supuse que lo echaría en falta con este calor -dijo el señor Montero alargando el objeto a su propietaria.
    Emma se extrañó en la forma que se lo entregaba, pues lo tenía sujeto por el mango y dentro de una funda que no reconocía como suya. Pensó que se trataba de un pequeño obsequio pero no le dio mayor importancia, así que como no pretendía recibir más explicaciones de las necesarias se quedó conforme.

    Durante el camino de regreso a la casa corría una suave brisa. El sol todavía no estaba muy fuerte y el paseo se hizo agradable. Blanca tenía buen semblante pese a todo lo ocurrido. <<Seguro que había sido la única que ha dormido esta noche>> -pensó Emma sonriendo al ver el rostro sereno de su hermana mayor.

                                                           * * *

   Doña Amalia se dejó caer en el butacón del despacho como nunca lo habría hecho en presencia de alguien y su esposo no perdió la oportunidad de recordarle los buenos modales de los que siempre hacía gala ella.
    -Mira, esposo mío, estoy agotada, han sido dos días muy largos y el de hoy en la casa de tu hija con ese animal de bellota que tiene por esposo no ha contribuido en nada a mejorarlo, así que déjame un instante de paz, te lo suplico. -Doña Amalia no parecía ella. Extrañamente se concedía alguna vez el soltar sus emociones.
    -Está bien, Amalia, está bien. Tan sólo bromeaba. Pero me gusta ver que sientes cosas -dijo don Esteban acercándose a su esposa y rozando su pelo.
    -¡Por supuesto que siento! -espetó doña Amalia poniéndose de pie de pronto-. Lo que ocurre es que se te olvida que tienes una mujer en tu propia casa.
    -No digas eso, mujer -susurraba don Leandro agarrándola por la cintura y acercándola contra sí mismo. Ahora te espero en mi alcoba y te demuestro que no se me olvida...
    -¡Ni lo sueñe, don Juan Esteban! -soltó doña Amalia retirando su brazo de un manotazo-. Yo ya he cumplido con un varón y tres hembras de las que dos están desposadas, así que no me venga con esas zalamerías que no estamos en la edad.
    -Pero mujer, eso ya lo sé, y no quita para que lo pasemos bien... -insistía don Esteban.
    -¡Ni por asomo! Habráse visto! -Y salió dando un portazo y dejando de un pasmo a su esposo. <<Al menos lo he intentado>> -pensó don Esteban encaminándose hacia la cocina...

    Emma estaba esperando a que Teresa le trajera un vaso de leche fresca antes de prepararse para meterse en la cama. Se apoyó en el marco de la ventana, que estaba abierta, pero no entraba nada de aire. Entonces se acordó del abanico y que había sido una suerte no haberlo olvidado aquella mañana. Miró extrañada aquella funda. Estaba completamente segura de que no lo había llevado en una funda. Pensó que a lo mejor no era el suyo, pero el colgante sí era igual. Al sacarlo observó que efectivamente era el suyo. Algo se cayó al suelo cuando lo abrió. Era un papel doblado, muy pequeño. El corazón la comenzó a golpear el pecho de forma desbocada. Ahora comprendía la funda...

    Teresa entró sin llamar trayendo la leche en un platito. Emma escondió rápidamente la cartita entre los pliegues de su falda.
    -Tenga, niña, aquí tiene. Así dormirá mejor esta noche. Y ahora la ayudo con el vestido.
    -Muchas gracias Teresa, déjalo en el tocador, y no es necesario que me ayudes, puedo yo sola, muchas gracias.
    -Pero niña... tómeselo ya y al menos me llevo los trastos -apremiaba el ama de llaves.
    -¡Teresa...! Que luego me lo tomo, por favor, déjalo ahí. Buenas noches -insistió Emma para quedarse a solas y poder leer la nota.
     -¡Está bien! ¡Ay, Señor, qué modales! Buenas noches... -Emma no le dejó terminar y cerró en cuanto salió. Se apuró a colocarse junto al quinqué par leer.

           "Mi dulce Emma:

                   No puedo dejar de escribirle estas palabras mas no crea que son de disculpas
             o arrepentimiento. Por favor no la haga mil pedazos aún, pues espero al menos
             que pueda conocer el fuego interno que me recorre desde que la tuve cerca en 
             nuestro último encuentro y que anoche no pude reprimir aquel supremo impulso.

                   Necesito que sepa algo: ese beso era lo más sincero que podía dedicarle, pues
             las palabras, en ocasiones, pueden ser unas incautas o no acercarse tan siquiera
             a la realidad. Por favor, no lo tome como un acto frugal; para mi significa mucho
             y también es muy importante su amistad por lo que espero que no condicione
             nuestros encuentros y que todo siga como antes de mi osadía. 

                   Sólo me queda por añadir que ansío el momento de poder volver a verla... a 
             solas, si pudiera ser, para poder enfrentar mis actos no sólo con las palabras
             en un papel. Espero, pues, que decida si pudiera darse ese instante que tanto
             deseo.

                   Suyo desde antes de saberlo yo mismo,

                                                                                      L. M. "

    Emma arrugó la carta contra su pecho cerrando los ojos. Rápidamente la estiró con cuidado. <<¡Le ocurre lo mismo!>> -pensó, casi gritó. Comenzó a dar vueltas por su cuarto con el papel en lo alto, como si bailara, hasta que se dejó caer sobre la cama riendo como una niña. Entonces se tapó de sopetón la boca esperando que no la hubiera escuchado nadie, y menos su esposo, que dormía en el cuarto contiguo, aunque no había posibilidades, puesto que ni siquiera estaría en la casa aún. Últimamente llegaba cada vez más tarde. Pero esos pensamientos que en otras ocasiones la entristecían, hoy parecían no afectarle lo más mínimo.

    Se levantó, dobló con mucho cuidado la carta y la besó. Al hacerlo comprobó que ésta emanaba un dulce aroma. <<¿Será su perfume?>> y se agachó para esconderla en el escondrijo del secreter. Por nada del mundo debían descubrir aquel secreto. Se tomó la leche sin cesar y se metió en la cama sobre las sábanas. El calor era ahora sofocante al máximo... Esa noche durmió con una sonrisa dibujada en su semblante.

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