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lunes, 10 de septiembre de 2012

Capítulo 10 - Nuevos horizontes


    Los días iban pasando repletos de visitas, paseos, más visitas y más paseos. Ya se habían reunido la familia Vega-Quintana con los Valdivia. Así Blanca se iba acostumbrando a la compañía de don Leandro. Se acercaba la noche del gran baile en el palacio de los duques de Osuna y las hermanas tenían pensado hasta los más mínimos detalles. Pero mientras llegaba el momento Emma pasaba mucho tiempo con don Arturo Quintana. Paseaban por el jardín Real del Buen Retiro que se encontraba en las cercanías de la casa que tenían alquilada. La parte favorita de Emma era la casita del Pescador, tan bucólica rodeada por la espesura de la arboleda, que ocultaba la presencia de Teresa, y con el pequeño estanque que terminaba de dar ese aire romántico al rincón. La tarde antes del baile, daban uno de esos paseos. Emma se sentó sobre unas raíces que sobresalían del terreno a contemplar las ondas que se formaban en el estanque. Don Arturo se quedó de pie y comenzó a tirar cantos al agua que rebotaban de manera muy curiosa. Estuvo muy callado toda la tarde. Algo que notó Emma.
    -¿A qué se debe su silencio, señor Quintana? ¿Acaso se siente mal?
    -Perdóneme, señorita Valdivia...no es nada físico...¿o tal vez sí?
    -Me asusta, señor Quintana, deberíamos regresar si...
    Se dio la vuelta hacia la joven, y se sentó al lado suyo.
    -No, mi apreciada amiga. Al contrario, estando a su lado no siento mal alguno. Y es de eso justamente de lo que quiero hablarle. Emma, me sentiría muy afortunado si eligiera a un hombre como yo para pasar juntos el resto de los días. Es lo típico que se dice en estos casos, lamento no lograr ser más original o poético, pero son mis sentimientos más profundos y sinceros -dicho lo cual se arrodilló-. Emma, ¿aceptaría usted mi propuesta de matrimonio? -dijo al fin sacando del bolsillo de su chaleco un estuchito con un precioso anillo de compromiso.
    Teresa estaba tan nerviosa... Se imaginaba que llegaría el momento pero pensó que se decidiría la noche del baile. No sabía cómo actuar. Y no sabía cómo actuaría su niña.

    -Señor Quintana, me alaga con sus palabras que debo decirle que me parecen las más hermosas que me hayan dicho jamás. Y mi respuesta es: por supuesto que sí. Sé que seré muy feliz a su lado -dijo Emma, mirándole a los ojos y acercándose algo más-. Debo confesarle que que deseaba este momento desde que le vi por vez primera en nuestra casa -añadió con una voz susurrante y acto seguido entrecerró sus ojos.

    Don Arturo se armó de valor y abrazó a Emma. Muy suavemente, la dijo que era el hombre más feliz y la besó. Ella recibió aquel sencillo beso con mucho agrado. Siempre se había preguntado cómo sería ser besada por la persona a la que amas. También pensó que sería más duradero o al menos más intenso, pero imaginó que se debería al gran sentimiento de respeto que sentía por ella, y a que Teresa andaba cerca y no era plan de hacerla aparecer de pronto. Aquel primer beso la hizo  sentir un gran cosquilleo.

    Pasó bastante tiempo hasta que alguno de los dos dijo palabra alguna. Solo se dedicaban miradas tiernas, que Emma evitaba con una sonrisita, pues Teresa les seguía desde atrás. Don Arturo dejó Emma y su carabina en la casona despidiéndose con un casto beso en la mano y un <<hasta mañana por la noche, Emma>>. Ella se sonrojó y al apartar la mirada vio como Teresa miraba para otro lado, como disimulando. Entrando en la casa, las recibió doña Amalia.

    -Buenas tardes, Emma. Llegáis a buena hora para la cena. ¿Has disfrutado de tu paseo de hoy?
    Emma se abrazó a su madre, a la que casi tira al suelo del ímpetu, y la dijo con una gran sonrisa en el rostro y enseñando su mano
    -¡Sí, madre, ha sido un paseo maravilloso! ¡Y soy tan feliz!
    -¡Oh, Emma! ¡Qué alegría me dais! Vayamos a contarle a tu padre la gran noticia.
 
    La cena, ni que decir tiene, tuvo un único tema alrededor del cual giraba cualquier pregunta y comentario. Todavía era muy pronto y la señora Fonseca ya estaba planeando la boda. Lo que la reprendió seriamente su esposo.
    -¡Deja que los muchachos disfruten de su noviazgo antes de estropearlo con tus maravillosos planes, querida, te lo ruego! No hay razón para apresurar nada.

    Al término de los cafés, todos se dirigieron a sus dormitorios, no sin dejar de demostrar la alegría que sentían por la noticia. Blanca acompañó unos minutos a Emma en su cuarto. Quería decirla, tranquilamente, lo que se alegraba por ella. Y se intentó asegurar de que lo aceptaba convencida de sus sentimientos.
    -Emma, si ha sido así, eres muy afortunada al encontrar un hombre que te agrade y que sea aceptado por nuestros padres.
    -Gracias, Blanquita, pero no es tan extraño. Mírate, tú vas a ser la esposa de un hombre al que amas y que nuestros padres aceptan también.
    -Eh... sí, por supuesto. Mas me refería a tí ahora -dijo con cierta melancolía su hermana mayor.
    Durante la noche Emma no pudo dormir. Al cerrar los parpados veía una y otra vez la imagen de don Arturo besándola. Y se preguntaba si la noche del baile habría oportunidad de repetirlo, pero estarían rodeados de tanta gente...

                                  * * *

    La gran noche llegó y el momento de lucir los hermosos vestidos de crinolinas junto a los elegantes traje de etiqueta de los caballeros con sus sombreros de copa. Fue una velada inolvidable para muchos, fabulosa para otros. Estas reuniones no solo se celebraban para bailar al son de la orquesta y probar las exquisiteces de los cocineros. También se trataban grandes asuntos financieros y políticos que concernían a la capital e incluso al país entero. Precisamente, el marqués de Salamanca estaba presente en el baile no solo para distraerse sino para ultimar detalles con nuevos posibles socios relativos al proyectado ensanche de Madrid e incluso buscó apoyos para llevar a cabo una empresa más ambiciosa: una línea de ferrocarril hacia el norte. Dichos apoyos no los buscaba en cualquiera, no. Necesitaba hombres adelantados a su tiempo y con gran proyección de futuro, además de unas considerables fortunas, pues el proyecto necesitaba fondos. Una de esas familias en las que el marqués puso su interés era en los Vega y Quintana. Y a lo largo de la noche consiguió tan ansiado apoyo. Lo que le costó a don Arturo el no poder disfrutar más que un baile con su bella prometida.
 
    Emma salió al balcón para tomar algo de aire fresco. El salón estaba repleto de personas bailando  una cuadrilla que era todo un mérito bailarla por el poco espacio que quedaba entre los invitados. Al verla sola, don Arturo se escabulló con la escusa de felicitar a los anfitriones pero se dirigió al balcón donde se encontraba la joven.

    -Lamento no poder pasar más tiempo esta noche junto a tí, Emma.
    -Oh, Arturo. No te preocupes. Lo entiendo y es normal. Tenéis que tratar asuntos muy importantes -respondió la comprensiva Emma.
    -Pero lo que más deseo es poder estar a tu lado -Y dicho ésto, la apartó discretamente al lateral de la puerta del balcón y la besó dulcemente. Rápidamente tuvo que volver al interior sin apartar la mirada de aquel balcón.

    Emma se quedó aún unos minutos en aquel rincón escondido para saborear la ligera humedad que había quedado en sus labios. Pensaba que un beso era lo más maravilloso que se podía experimentar y que cuando estuvieran casados no dejaría pasar un solo día sin ser besada. Mientras estaba en estos pensamientos, vino su hermana para llevarla de vuelta a la sociedad y que al menos pudiera cumplir con los tres bailes que tenía anotados en su carné. La velada fue muy gratificante para todos los miembros de ambas familias. Todos habían culminado varios de sus objetivos para esa noche, así que, al retirarse a altas horas de la madrugada ya, lo hicieron con una gran satisfacción que les invadía. Y Emma estaba empezando a sentir lo que tantas veces había leído en sus novelas favoritas: el amor. El primer amor.

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