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jueves, 13 de septiembre de 2012

Capítulo 11 - Confidencias

    El verano pasó rápidamente y el otoño se fue más rápido de lo que llegó. Emma estaba sentada en el porche sujetando un libro sobre su falda. No tenía ánimos de lectura. Ni de entretenimiento alguno. Desde que le faltaba su querida hermana nada era lo mismo. Las veces que recibía la visita de don Arturo al menos el tiempo le parecía más ameno. Ya empezaba a refrescar. Se colocó el chal por encima de los hombros y se quedó mirando cómo un jilguero arreglaba su nido junto a su pareja.
 
    -Emma, tienes visita -dijo Teresa saliendo a la parte trasera del jardín buscando a Emma para que recibiera una visita muy esperada.
    -¿Ha venido Blanca por fin?-preguntó la joven con anhelo de su hermana.
    -Emmm, me temo que no, Emmita. Es su amiga la señorita Gutiérrez. Pase, señorita, por favor.
    -Buenas tardes, querida Emma. Te he añorado mucho todo este tiempo.
    -¡Qué bien que estés ya aquí, Carmen! -exclamó Emma saltando a los brazos de su antigua amiga, a la que no veía desde que ingresó en la escuela para señoritas-. Ha pasado mucho tiempo. Tenemos tanto de qué hablar...
    -Tienes toda la razón -dijo con su gran sonrisa la risueña Carmen-, como de tu compromiso con ese caballero tan apuesto...¿Para cuándo vais a fijar la fecha del enlace?
    Emma se volvió un poco sonrojada.

    -Bueno, no hay prisa alguna y seguro que esperaremos al buen tiempo, pero no es seguro. Lo cierto es que preferiría que fuera cuanto antes -Y las dos amigas echaron unas risas de complicidad.
    -Han cambiado mucho las cosas, amiga. Ya no soy la misma pero porque no me permiten -se lamentó Emma a su confidente-. Me gustaría volver a subirme a ese cerezo como ahora lo hace la pequeña Ana María, pero temo la regañina de mi madre. Pondría el grito en el cielo -añadió riéndose imaginando el momento.
    -Lo sé, Emmita. Ya nada es lo mismo y más que va a cambiar. Ya lo verás.
    -A veces, Carmela, desearía seguir siendo una niña. Además, aún me tratan como a una pero con la responsabilidad de asegurarme un buen matrimonio. Que ironía -dijo quejumbrosa mirando unos cantos que había en la madera del porche.
    -Lo sé. Pero crecer tiene su lado bueno, la niñas no pueden salir a tomar la merienda con su galán o incluso recibir un beso robado -Volvieron a reírse pícaramente al tiempo las dos-. Y eso es muy bueno.
    -¡Qué bien me comprendes, amiga! Al menos siempre podremos confiar la una en la otra. Eso te lo aseguro -Y las dos se fundieron en un abrazo.

    El tiempo pasó deprisa entre la animada conversación que tenían las dos amigas. Se pusieron al día en cuanto a sus respectivos estudios. Los viajes que había realizado la señorita Gutiérrez a París y Burdeos. La celebración del enlace de Blanca, que fue muy alabada por toda la ciudad. Y de lo que Emma la extrañaba ahora que era una señora casada y aún no había vuelto de su viaje de bodas. Y las cartas tardaban demasiado en llegar. Carmen la prometió visitarla todos los días ahora que ya estaba en la ciudad. El sol se ponía de un tono anaranjado, resaltando aún más el tono ocre del follaje de los árboles y llegó la hora en la que las dos amigas se despidieron. Teresa avisó a la joven para que pasara al comedor porque la cena iba a ser servida. Emma asintió con la cabeza. La cena no tuvo ninguna novedad. Ni siquiera los más pequeños jugueteaban con las migas de pan. En el ambiente había una nostalgia demasiado espesa. El vacío que dejaba Blanca en la mesa, en la casa y en sus vidas era demasiado grande. Emma se preguntó si el tiempo que pasó en Alcalá su familia se sentía de la misma manera, no pudiendo evitar sentirse un poquito celosa de su hermana mayor.
    Al subir a su cuarto, antes de entrar vio a doña Amalia que también subía pero para buscar su caja de hilos. Emma le preguntó que si podían hablar en su boudoir a lo que su madre accedió, de todas maneras no tenía mucha intención de bordar.
    -Dime hija, ¿de qué quieres que conversemos? -dijo sentándose en el butacón que estaba cerca de la ventana.
    -Verás madre, Blanca se ha convertido en una mujer casada y pronto lo seré yo... -Dudó un poco  de seguir con el tema, pero decidió continuar-. Me preguntaba... qué pasará conmigo una vez que sea la señora de Quintana...
    -Bueno, querida -dijo doña Amalia empezando a ponerse algo incómoda por la naturaleza de la pregunta-, pues serás muy feliz en tu nuevo hogar... ya que tu esposo también es de tu misma edad... y no sé,... luego vendrán los hijos... Pero aún es muy pronto para ello, así que ahora no tienes por qué preocuparte...
    -Pero madre, no sé como comportarme cuando estemos en la intimidad... y...
    -Nada, nada, nada. Esas cosas no se hablan. ¿Quieres saber cómo será el momento? Pues tu haz caso de todo lo que tu esposo te diga, que él si que sabe de estos temas, y te quedas muy quieta. Pero no te preocupes, pasa pronto, y ahora a descansar como una niña buena. Buenas noches -Y dándola un beso en la frente la hizo salir de la estancia para así poder quedarse a solas con su escandalizada persona. <<Qué cosas cavilan estas criaturas, Dios Santo>> -Pensó sin poder evitar un extremado acaloramiento.

    Y así Emma se metió en su cuarto cabizbaja, temiendo que su hermana tendría que sufrir ese momento. Y tarde o temprano ella también tendría que pasar por ello. Siempre imaginé la unión de dos enamorados como algo más hermoso -pensó muy para sus adentros, casi sin atreverse a pensarlo tan siquiera-. No esperó a que llegara Teresa para desvestirla. La blusa tenía los botones delanteros y con el resto ya no hacía tanta falta su ayuda como para vestirse. Eso ya era otra cosa. Se metió en el camisón delante del espejo y se miró por un rato. ¿Cómo sería estar frente a un hombre desnuda? ¿Cómo sería estar frente al señor Quintana desnuda? Un escalofrío de rubor la recorrió la espalda y sintió la necesidad de abrazarse. Al hacerlo notó la voluptuosidad de sus pechos entre ellos y apretados por el corsé, lo que la hizo estremecerse aún más. Intentó apartar esos pensamientos pecaminosos (como lo llamaban en la escuela) y se cepilló lentamente el cabello antes de colocarse la cofia de dormir. Al ver la larga melena cayendo por debajo del gorrito y llegando casi hasta la cintura, pensó en lo agradable que tendría que ser sentirla libre al viento.
    En ese instante entraba Teresa después de tres toques en la puerta que despertaron a Emma de sus pensamientos.

    -¡Ah! Ya estás lista, bueno, deja que mulla tus almohadas al menos. Pero recógete la trenza, muchacha, que vas a desperdigar todos tus cabellos por la cama -Y mientras decía ésto, comenzó a trenzar el cabello de Emma. Después recogió la crinolina del suelo y dobló sus ropas.
    -Siii Teresa -respondió automáticamente.

    Aquella noche tuvo extraños sueños. No eran muy claros, pero había mujeres llorando por las calles, otras asomadas en las ventanas de unas casas que no reconocía. Era de noche. Todo parecía sumido en un caos, pero al final de la calle veía la luz intensa de una farola a la que se acercó lentamente. Allí pudo distinguir la figura de un jinete sobre un caballo blanco. Levantó la mirada para ver quien era el caballero que parecía su salvador como en las novelas, pero no llegó a distinguir ningún rostro conocido. Sobresaltada, se despertó empapada de sudor. Miró hacia la ventana. Las cortina aún cubrían el ventanal, pero se apreciaba ya algo de claridad. En poco tiempo toda la casa despertaría. Se quedó tirada en la cama, destapada por el calor que había pasado y con esa extraña sensación en el cuerpo.

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