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domingo, 9 de septiembre de 2012

Capítulo 9 - Un amor floreciente

    Teniendo en cuenta que solo llevaban dos días en la capital habían cumplido con muchas de sus visitas "obligadas" y habían recibido numerosas invitaciones para tomar café o el té (costumbre que se fue repitiendo en más de una casa después de sus visitas a Inglaterra). Emma estaba fascinada por todo lo que estaba viendo. El ritmo de la vida era tan diferente al de su pequeña ciudad de provincias... En Madrid todo resultaba muy grande. Los edificios, los parques, las casas, incluso las calles y avenidas, muchas veces tenían que seguir su paseo en coche por las grandes distancias que separaban los puntos de su interés. Al regreso de uno de esos paseos en los que salió con Blanca y con Teresa (a última hora tuvo que viajar también, dejando el cuidado de la casa y de los pequeños a Luisa) doña Amalia la esperó con gran entusiasmo -extraño por su parte, ya que en contadas ocasiones mostraba sus sentimientos- y la entregó una carta una vez que dejó su sombrilla y su ridículo a Teresa para que lo llevara a su cuarto.
    -Emma, hija, mira lo que ha llegado para tí.
    -¿Qué es, madre?
    -Una carta, por supuesto, ábrela ahora mismo -la instó.
    -Madre, creo que podría esperar un poco a que me refresque después de toda la tarde de paseo y ahora dispongo de muy poco tiempo para arreglarme y salir al teatro.
    -Emma, tienes tiempo, te lo aseguro -la insistió mostrándola el remitente.
    Emma cogió rápidamente la carta de la mano de su madre y subió más rápidamente las escaleras de la casa de alquiler en la que se hospedaban, muy cercana al salón del Prado, al final del paseo de las Delicias de Isabel. Estaba algo apartada del centro pero era una zona muy tranquila, y la casa tenía un buen tamaño con sus tres plantas y su jardín interior. Cerró la puerta del que ahora era su dormitorio y se sentó en la silla al lado del ventanal. Alargó la mano y cogió el abrecartas del escritorio. Soltó con cuidado el sello de lacre y con gran emoción leyó las primeras letras:

                       "Mi apreciada Emma:

                            Espero no me considere demasiado osado al escribirle unas letras
                        apenas haya partido después de habernos conocido, mas no podía 
                        refrenar el impulso de mi corazón para expresarle mi intención de 
                        visitar la capital en los próximos días con motivo de acudir a la invitación 
                        que tan amablemente nos han enviado los duques de Osuna y podré 
                        asistir junto con mis tíos y mi primo. Sería un gran honor para mi humilde
                        persona que pudiera hacerle compañía durante dicho baile. 

                             En el reverso de este mismo papel podrá encontrar anotada las señas 
                         de nuestra estancia en la capital; para lo que se la ofrezca, aquí 
                         encontrará a su humilde servidor.

                              Reciba un afectuoso saludo de éste que la admira,
                                                          
                                                               Arturo Quintana.

                          P.D.: La velada pasada no la olvido y tengo esperanzas de volver a 
                                  repetirla a su lado."


    Sintió una punzada en el pecho y sonrió pensando que en apenas un par de semanas había pasado de ni tan siquiera pensar en pretendientes a estar pensando en un futuro marido. Aunque aquella segunda idea era demasiado precipitada, lo cierto es que los pasos iban muy encaminados en esa dirección. Y se alegró al saber que al menos en el baile vería caras conocidas y tendría tema de conversación. Ya sabía que vería a los Vega, pero no se imaginaba que el joven Quintana también asistiría. Apoyó su frente en el cristal con estos pensamientos y al poco rato entró su madre para saber lo que decía la carta. Emma se puso en pie y se la entregó resumiendo que don Arturo también asistiría al baile.
    -¡Estupenda noticia! Pero no completes tu carné de baile solo con su nombre. Tendrás que bailar   con algún joven más -aconsejó la señora Fonseca.
    -Como si alguien en la ciudad tuviera interés en mi... -suspiró Emma.
    -¡No digas bobadas, hija! Pues claro que los solteros de la ciudad mostrarán por tí su interés. Algunas de las visitas que hemos realizado no tienen hijos varones, pero conocen a otras que sí...y eso amplía el círculo de contactos, hija -dijo doña Amalia abriendo los ojos a su inocente hija-. Por lo tanto, Emma, no dudes de que estarás muy solicitada esa noche. Y ahora termina de arreglarte o no llegaremos a tiempo a la representación. Tu hermana ya casi está lista. Y con estas palabras dejó entrar a Teresa para que se ocupara de Emma.

    A la hora prevista estaban todos en el porche con sus mejores atuendos para disfrutar de una agradable noche en el teatro y dejarse ver por la elitista sociedad de la capital. A Emma le parecía que lo hacían más por dejarse ver que por disfrutar de una de las mejores obras escritas, pero al menos ella sí estaba dispuesta a disfrutarla. Sus padres ya estarían muy ocupados mostrando lo mejor de ella, y otra vez se volvió a sentir como una res, envuelta en sedas y lazos, pero una res al fin y al cabo.

    Como se imaginaba, sus padres no hicieron otra cosa que alabar las muchas cualidades de sus hijas, las cuales decidieron aprovechar un saludo a otros "desconocidos" para alejarse de tanta adulación. Hasta se reían de lo cómico de la situación e imitaron la escena entre juegos:
    -¡Oh, distinguida dama de la alta sociedad! -se burlaba Emma en bajito con Blanca-. Permítame mostrarle cuán lista y bella es mi hijita... jajaja.
    -¡Tiene toda la razón, mi querida señora! Es la más lista que he conocido... jajaja -continuaba el juego su hermana Blanca.

    Cuando dieron los avisos para que fueran ocupando sus localidades, la familia Valdivia de dirigió a su palco en el primer piso. Emma dejó entrar a los demás y antes de que el acomodador cerrara la puerta Emma se volvió y por un segundo creyó haber visto un rostro conocido, el del señor Montero. Salió un poco más para ver mejor al caballero, pero no consiguió distinguirle. Tampoco sería muy extraño que se encontrara aquí, pero también sería mucha casualidad. Le hubiera hecho ilusión poder saludarle. Y aunque disfrutó mucho de la representación, no pudo evitar dedicar algunos de sus pensamientos a aquel caballero.                  

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