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martes, 18 de septiembre de 2012

Capítulo 12 - Un encuentro fugaz

    Unos días más tarde, don Arturo Quintana regresó de uno de sus viajes y decidió pasar a saludar a la familia Valdivia, pero sobre todo a su querida Emma. Sabía que primeramente debía avisar su llegada y esperar la contestación, pero no podía esperar más tiempo, así que se arriesgó a ser un poco incorrecto. Al abrir la puerta Luisa se llevó una gran alegría. Le hizo pasar a la salita azul y fue corriendo a buscar a Emma que estaba en el jardín con la pequeña de la casa. Emma, al recibir la noticia de su inesperada noticia, salió corriendo. Pero dándose cuenta de su comportamiento para con su hermanita, volvió, la dio un beso en la frente y la dejó su muñeca en el regazo. La dijo: <<Más tarde podremos reanudar nuestro juego, ¿de acuerdo?>>. Al llegar a la puerta de la salita aminoró el paso, y llamó a la puerta entreabierta.

    -¡Menuda alegría me acabo de llevar viéndote de regreso tan pronto!
    -Finalicé algunas entrevistas antes de tiempo y por eso pude adelantar mi vuelta. Y estaba deseando volver para poder estar a tu lado, Emma -dijo mientras la cogía de las manos y las acercaba a sus labios para besarlas-. Te he echado mucho de menos.

    Emma se sonrojó y apartó la mirada un poco mientras pensaba que lo que realmente deseaba era saltar a sus brazos y besarle como lo hacen los amantes, pues durante su ausencia había estado leyendo pequeñas historias que narraban escenas de ese tipo y que ella estaba deseando poder llevar a cabo. <<Pero una señorita respetable no hace semejantes insensateces>> -pensó refrenando un leve impulso.

    -¡Oh, Arturo! Qué cosas dices. Pero debo confesarte que yo te extrañé también. Y ahora, cuéntame, ¿qué tal los asuntos por la capital?
    -Bien, muy bien. Todo va sobre raíles, como podría decirse en este caso. Estoy seguro de que en muy pocos meses la nueva compañía de ferrocarriles estará rodando. Entonces las distancias se recortarán y... pero, Emma, no quiero verte para hablar de mis negocios. Me gustaría que me contaras cómo has estado todo este tiempo -dijo cambiando la conversación y su tono, volviéndolo más dulce.
    -Me hace mucha falta mi hermana, pero he contado con la compañía de mi amiga de niñez... -Y se fueron contando estas banalidades y otras mientras don Arturo no le soltaba las manos.

    En un momento en que ambos se quedaron en silencio, quizás para tomar aire, don Arturo se armó de valor y sin pensarlo dos veces se acercó más a Emma y la besó. Aunque Emma lo deseaba con todas sus fuerzas, no lo esperaba, mas tampoco se apartó. Mantuvo los ojos abiertos, mirando cómo la besaba mientras ella le seguía con sus labios, y así pudo observar el rostro de su amado tan cerca, besándola, entregándose con un beso, apasionado y dulce al tiempo. Al fin cerró ella también los ojos y se dejó llevar con el baile de sus labios rozando los de él hasta que el señor Valdivia, avisado de la visita del señor Quintana, llegó a la salita para saludar a su futuro yerno sin imaginar la estampa que iba a encontrase. Antes de abrir por completo la puerta y viendo la escena tan romántica que estaba protagonizándose decidió apartarse para no avergonzar a los enamorados, que por otra parte parecían unos osados. Desde el corredor dijo en voz alta alguna tontería a Teresa, que estaba muy cerca de la puerta de la cocina, para que los muchachos se sintieran advertidos de su presencia, por lo que don Arturo, disculpándose por su atrevimiento a la vez que Emma se quedaba sentada en el "confidente", se sentó en la otra butaca manteniendo una postura erguida. Don Esteban, después de esperar un tiempo prudencial para que los tortolitos se acomodaran, llamó a la puerta y acto seguido pasó:

    -Me alegro de verte, muchacho. ¿Han ido bien las cosas por Madrid?
    -Sí, señor, perfectamente -dijo poniéndose de pie a la vez que alargaba la mano para estrechársela-. De hecho, han ido mejor de lo que esperábamos mi tío y yo.
    -¡Estupendas noticias, entonces! Seguro que dentro de poco tiempo podremos dejar de viajar en esos incómodos carruajes para optar por la comodidad de los vagones del ferrocarril. Y dime,... -el señor Valdivia siguió hablando de aquel fascinante invento, y aunque Emma no participaba en la conversación miraba embelesada cómo se expresaba su prometido, que a pesar de parecer muy impulsivo tenía un tono muy calmado.

    Después de un rato y de una copa de coñac, cuando don Esteban iba a servirse otra, cayó en la cuenta de que tenía que atender algunos asuntos en el centro y le vendría bien su compañía a lo que él no se pudo negar, mirando con cierta tristeza a Emma, que echó una mirada de contrariedad a su padre. Así que se despidieron hasta otra tarde en la que podrían pasear por la ribera, le dijo don Arturo mientras se ponía su sombrero y salía por la puerta. Emma se quedó por un rato sentada en la salita mirando el fondo de la copa que su padre había dejado en la mesa. Recordando la imagen del señor Quintana tan próximo a ella y saboreando ese beso que la hizo estremecer y desear más. Ensimismada en sus pensamientos, comenzaba a madurar otros tipos de pensamientos, sentimientos y emociones. Hace ya algún tiempo que dejó de vestir a sus muñecas, aunque ahora acompañe en sus juegos a la pequeña Ana María, y a partir de ahora sus planes serían los de una jovencita a punto de cambiar radicalmente su vida, aunque lleva años preparándose para ese momento. Por lo tanto, estaba experimentando muchos cambios y sin tiempo a asimilarlos, casi, no llegaba a comprender algunos de ellos y no podía contar con su madre para que la guiara. Todo estaba rodeado de un gran secretismo, y tapado bajo el pesado manto del miedo. ¿Cómo se podía desear algo tanto y a la vez temerlo? Estaba a punto de vivir en primera persona lo que tantas veces había leído en la novelas románticas, pero algo en su interior la estaba diciendo que no todo es como en el negro sobre blanco.

   Sumida en su mundo de pasiones inocentes, llegó Teresa para recoger la estancia. Al verla ausente la preguntó si sentía alguna inquietud. Viendo su mirada perdida notó que algo la afligía, pero no era el momento de indagar sobre su mal. Se fue como vino y Emma se quedó como la encontró. Pensando en su futuro, en sus planes, en los proyectos que tenían los demás para ella. ¿Sería acaso símplemente una pieza de un tablero de ajedrez que solo se movía para salvar al rey? Estaba claro que así era, y se rebelaba en su interior negándolo y diciéndose a sí misma que era una  muchacha con suerte al encontrar el amor de su vida y que fuera aceptado por su entorno. Todavía no lo sabía, pero más tarde, demasiado tarde quizás, descubrirá que a los dieciséis años no puedes decidir que serás feliz el resto de tu vida. Sobre todo si la plantas como una novela. Pero ahora, al menos, podría soñarlo. Lo que contaba era que había encontrado a un hombre apuesto, de casi la misma edad, con un futuro prometedor y que la convertiría en una mujer dichosa al ser su primer amor. Y un amor correspondido, que era lo más importante para ella. Pudiera ser que la parte interesada también jugara un papel importante, pero al menos sería junto a su amor.

    La hora de cenar se acercaba y Emma seguía sumida en sus profundos pensamientos. Teresa, viendo que no daba señales de reacción, decidió sacarla de aquel estado de letargo.
    -Señorita, ya va siendo hora de ir al comedor si es que quiere cenar esta noche, claro.
    -Muy bien, Teresa, aunque no tengo demasiado apetito -la contestó sin mirarla-. ¿Ha llegado ya mi padre?
    -Me parece haber escuchado su caballo cuando salí al corral. Pero los demás ya están en sus sillas.

    Sin mucho afán, Emma seguía a Teresa. Llegando al comedor observó que, efectivamente, todos estaban esperándola y que su padre estaba entrando en ese mismo instante. Pero cenó rápidamente, pues no tenía ánimos de conversación. Además, nadie en aquella sala la respondería a las cuestiones que la surgían en su interior infantil a punto de madurar. Al subir a su cuartito se apresuró a escribir en su diario aquellos pensamientos que había tenido esa tarde. Así no se olvidaría de ningún detalle y podría rememorárlos siempre en su intimidad, sin censuras.

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