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domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 14 - Un paseo

     El otoño ya estaba muy avanzado y los árboles casi no tenían hojas en las ramas, pero el tiempo era agradable. El señor Valdivia autorizó, en contra de la opinión de doña Amalia, que don Arturo fuera a dar un paseo con Emma. Ella estaba muy ilusionada a la vez que muy nerviosa. Apenas habían estado a solas desde que se conocieron. Teresa la avisó de que el coche del señor Quintana estaba frente a la puerta y que le había visto bajar, muy elegante, por cierto. La joven se puso más nerviosa de pronto y volvió a retocarse el peinado, colocándose bien (o mejor) la cinta que le adornaba el pelo. Ya se disponía a bajar las escaleras, pero volvió para coger el pañuelo que le bordó su abuela materna hace ya muchos años. Desde lo alto de la barandilla observó al caballero que esperaba al pie de la escalinata sin que éste se hubiera percatado de su presencia aún por lo que ella aprovechó para verle así, distraído.

    -Buenas tardes, señorita Emma -saludó al verla bajando con un precioso vestido de tefetán en un azul intenso que resaltaba aún más sus claros ojos. Al llegar abajo se puso el bonete y don Arturo la ayudó con la lazada, sin apartar la mirada de su mirada.
    -Buenas tardes, don Arturo -respondió ella al tiempo que se sonrojaba-. ¿Puedo preguntar a qué se debe tanta formalidad?
    -No me hagas caso, Emma -dijo sonriendo y ofreciéndole su brazo para que se apoyara en él-, es símplemente que me agrada llamarte así, no hay más motivo. Señor Valdivia, le estoy muy agradecido por la confianza que ha depositado en mí y le aseguro que no le defraudaré. La tendrán de vuelta antes de la cena.
    -Nada, nada, id a disfrutad de la exposición que ya nos contaréis -animó don Esteban a la pareja. Y ambos se subieron al carruaje.

    El camino hasta el centro no fue muy largo. El cochero paró delante de la sala de exposiciones. Don Arturo se colocó el sombrero después de bajar y ayudó a Emma. Pero cuando se dirigían a la entrada principal observaron, con gran pesadumbre, que las puertas estaban cerradas y una nota colgando de una de ellas anunciaba que la visita a la exposición "Sobre el Nilo" se había suspendido por motivos personales. Emma se quedó muy seria, pensaba que ahora, quizás, la devolvería a su casa y no pasaría la tarde con él, pero al señor Quintana se le ocurrió otro plan y así se lo hizo saber, temiendo en el fondo que ella rechazara el inesperado cambio.

    -Aunque no podamos visitar hoy la exposición... podríamos dar un paseo por la ribera. Está muy cerca y el tiempo es agradable. Si te apetece, claro está, quizás quieras regresar...
    -¡No...!Quiero decir... podríamos pasear...aunque se haya suspendido no veo porqué tengamos que regresar -dijo Emma sobresaltándose un poco al ver que su tarde con don Arturo se podía echar a perder-. Y me parece muy buena la idea que has tenido, Arturo.

    Así que los jóvenes tortolitos se dirigieron hacia el río. En aquella época estaba precioso. El tono anaranjado de los robles, las moreras con sus hojas amarillas, y los tonos rojizos de todas las variedades que se podían encontrar en la orilla. La conversación era de lo más entretenida y disfrutaba mucho a su lado. Sentía un nerviosismo interno que la hacía estremecerse cada vez que él la rozaba si quiera. Llegaron al lado de un gran roble y Emma se agachó para recoger unas hojas que había en el suelo. Se quedó mirándolas un buen rato y don Arturo, que la contemplaba, se atrevió a actuar. Se agachó para coger de las manos a su amada y ella se incorporó. Él la miró a los ojos sujetando su barbilla entre sus dedos y la besó. Emma esperaba ese momento desde el principio de la tarde. Cerró sus ojos y se dejó llevar. Se sorprendió cuando él la abrazó, pero no opuso resistencia. Sentirse rodeada por sus fuertes brazos y sus labios besando apasionadamente los suyos hizo que le recorriera por todo el cuerpo un gran calor al que correspondió rodeando su cuello. Los labios de don Arturo se movían delicadamente sobre los de la joven, pero esta vez había un toque distinto, algo más apasionado, eso estaba volviendo loca de deseo a Emma que no quería dejar de besarle. Sentía esa ligera humedad en sus labios, provocada por su osada lengua, esa ligera presión que la pedía más, pero a la vez era muy dulce y tierno. Él no la soltaba. Parecía que iban a estar así toda la vida. Y eso justo era lo que Emma deseaba.

    Poco a poco, don Arturo aflojó la suave presión que ejercía en la cintura de Emma, lentamente se separó aunque Emma le seguía y agachando un poco la cabeza se disculpó por si la había ofendido. Ella, que seguía con los ojos cerrados, le contestó que no, que no se preocupara volvió a cerrar los ojos y juntando sus labios le indicó que siguiera. Él la sujetó por los hombros, la dió un pequeño beso y la recordó que tenían que regresar. Ella abrió los ojos que ahora tenían una luz un poco triste, pero asintió.

    Por el camino hasta el coche Emma iba cogida del brazo de él y no apartaba su mirada de su boca. Esa boca que la había besado de aquella manera tan especial. El deseo, la pasión y los miedos se empezaban a agolpar en su pecho. Don Arturo se mantuvo callado, pero no dejaba de contemplar el rostro de su amada.

    -Emma, espero que hayas disfrutado de nuestro paseo a pesar de que no hayamos visto la exposición... -dijo ayudándola a bajar en la puerta de su casa.
    -Oh, Arturo, he disfrutado muchísimo de tu compañía. Ya tendremos otra oportunidad de ver la muestra.
    -Eso tenlo por seguro. Ahora debo dejarte en casa -la besó en la mano muy suavemente y se despidió de ella y de su madre, que estaba esperándola en la entrada, levantando un poco su sombrero-. En pocos días volveremos a dar un paseo, si fuera posible. Hasta pronto, Emma.
    -Hasta pronto, Arturo, estaré esperando ese día con anhelo.

                                       * * * * *

    Durante la cena Emma estuvo muy callada, rememorando su apasionado beso a orillas del río. Su madre se lamentaba de que su visita se hubiera suspendido y que pondría una reclamación en el museo por no dar aviso con suficiente antelación y bla bla bla. Cunado Emma terminó su postre pidió permiso para retirarse, pues el paseo había sido largo meterse pronto en la cama -mintió- y quería meterse pronto en la cama. El permiso fue concedido y Emma se levantó.
 
    Cuando se disponía a subir a la segunda planta pensó en pedirle a Teresa una infusión, pero estaría muy atareada atendiendo todavía su familia, así que fue a buscar a Berta a la cocina pero no estaba. Era pronto para que se hubiera retirado, así que debería estar en el corral. Salió por la puerta de la cocina al patio trasero. Allí no había nadie, pero en las caballerizas se veía la luz de una vela. <<Allí está, seguro. Iré a pedirle que me suba la tisana>> -pensó. Al acercarse oyó algunos susurros y... ¡la voz de un hombre! Se asomó a la puerta que estaba entreabierta y vio a la cocinera, que no tenía ropa alguna, encima de un joven que parecía el Mateo el mozo de cuadras, pero que con la poca luz y con Berta por medio no podría asegurarlo. Emma, muy escandalizada, se agachó sorprendida por lo que estaba contemplando. Oía los gemidos de ambos, se imaginaba la escena, pues no se atrevía a seguir mirando, pero a la vez sentía una gran curiosidad y un deseo en su interior. Estando así, agazapada en el exterior, decidió echar otro vistazo. Se volvió a asomar por la rendija. El hombre estaba ahora sentado debajo de Berta y ésta se movía con frenesí encima de él pidiéndole más. Emma no comprendía qué le pedía, pero podía sentir la gran pasión que sentían ambos. Parecía que los dos disfrutaban y mucho. Entonces el hombre apartó a la cocinera. Emma pensó que iban a salir y cuando se iba a escabullir sigilosamente observó que él se volvía a acercar a la muchacha de espaldas. La abrazó y empezó a moverse de nuevo mientras Berta se inclinaba hacia delante. Él la animaba diciéndole que estaba siendo muy buena y que le gustaba que fuera así. Ella le respondía que siempre sería buena con él entre más gemidos. Desde esa posición Emma veía toda la anatomía de los dos amantes y ya no pudo soportar tanto sopor y acaloramiento y decidió volver a su cuarto. Primero se apartó muy despacio para no ser descubierta, para después entrar corriendo en la casa, pasando por delante de sus padres que estaban tomando un café en el salón y diciéndoles símplemente <<hasta mañana>> subió las escaleras buscando la intimidad de su cuarto.

    -¿No se había retirado ya a descansar? -preguntó desconcertado don Esteban-. Ya creía que estaría en el quinto sueño, por lo menos.
    -No lo sé, querido. Esta muchacha cada día está más extraña -respondió doña Amalia sin apartar la mirada de su labor.

    Una vez en el refugio de su dormitorio, la acalorada y sorprendida Emma se tiró en su cama. En su mente rememoraba los besos que la dio esa tarde don Arturo y en sus oídos resonaban los gemidos que emitían aquellos dos allí abajo, abandonados a su lujuria. Sentía sus mejillas tan calientes que se acercó al tocador para mirarse y vio que estaban como el fuego. No podía pensar con claridad, pero en ese mar de pasiones recién descubiertas pudo observar que había distintas versiones de lo que al deseo entre dos personas concernía. Por un lado estaba el matrimonio de sus padres, tan recatado y respetuoso como había imaginado desde niña. Después el amor de las novelas, romántico y dulce como el beso que la dio su prometido. Por otro, los sentimientos encontrados entre su hermana mayor y su recién estrenado esposo en el que estaba incluida una tercera en discordia; y por último, la relación clandestina entre la cocinera y el mozo pero que era la más apasionada y sincera. Con ese mar de dudas y sentimientos dispares se volvió a tumbar en la cama, quedándose dormida al poco rato, vestida aún.

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