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domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 15 - La boda


    Teresa entró en el dormitorio de Emma como un alma poseída. Ni siquiera tocó la puerta y la pobre muchacha se sobresaltó entre las sábanas.

    -¿Pero, señorita, aún está metida entre las sábanas? ¡Con todas las cosas que hay que hacer! Debo prepararle el baño, que Margarita viene enseguida con el agua caliente para la tina. ¡Deprisa!
    -Oooaaaah... Buenos día, Teresa, ya veo que comienzas tu día con energía -Bostezó tranquilamente Emma.
    -¡Pero! ¡¿Qué diantres, niña?! En primer lugar, no es mi día, es el suyo; y en segundo, ya tendría que estar peinándose la melena.
    -Muy bien, muy bien Teresa. No me apresures más que hay tiempo de sobra.

   En ese instante, entraba Margarita con Berta trayendo el agua caliente para el baño. Margarita la frotaba la espalda con gran afán, mientras Teresa la preparaba las prendas interiores. Todas de un blanco lino con encajes de bolillos y unas cintas rosadas muy delicadas. Las medias de seda estaban bordadas por la monjas Clarisas, cercanas a San Benito. Cuando Emma estuvo bien seca, ya tenía el desayuno preparado y se lo terminó de buena gana. <<Qué apetito tengo esta mañana, Teresa>>. Acto seguido, comenzó el ritual: camisa por aquí, enaguas por allá..., la falda, el corpiño... Después del banquete Teresa temía que tuvieran que apretar tanto el corsé que no podría ni respirar, pero no fue para tanto. Cuando Luisa entró para peinarla se quedó boquiabierta al contemplarla envuelta en muselina y gasa de un blanco que era aún más radiante con los rayos de sol entrando por los ventanales. Luisa intentaba no emocionarse más, pero no lo consiguió y se le escapaban las lágrimas por las mejillas.

    -Luisaaa, no te pongas así que al final me vas a poner nerviosa, mujer -intentaba tranquilizar Emma, que en realidad estaba muy asustada, pero debía disimular.
    -Perdóneme, señorita -sniff-, no lo puedo remediar, pero tiene razón. Ya me calmo.

    Todos esperaban en el salón principal la bajada de la protagonista, y al acercarse a las escaleras y antes de comenzar a bajar, desde el salón ya se quedaron embelesados con la belleza que bajaba lentamente desde el segundo piso.

    -¡Caray, hermana! -espetó Nicolás sin reprimir su sorpresa- ¡Qué..., qué,... guapa? Eso es muy poco. Estás...
    -¡Está bellísima! -completó don Esteban la frase de su hijo, sintiendo una emoción que le embargaba.
    Ana María también expresó lo que pensaba de una manera muy efusiva, mientras corría al encuentro de su hermana, pero antes de que pudiera abrazarla Teresa la sujetó fuertemente.
    -¿Dónde va la señorita? No ve que le va a arrugar su precioso vestido  -Ana María frunció el ceño y con evidente desilusión añadió que estaba muy guapa.
    -Déjala, Teresa, no va a romper nada -dijo Emma soltando la mano de la niña que la tenía bien cogida Teresa.
    -Pero la va a arruinar el velo, y...
    -No pasará nada por un abrazo -Y se agachó a su hermana pequeña para estrecharla mientras ésta le sacaba la lengua a Teresa con un gesto desafiante.

    Doña Amalia no dijo nada, se quedó embobada mirando a su hija y recordando a su primogénita en el día de su boda, a la que echaba mucho en falta. Al verla así vestida y en el día que era, se dio cuenta de que todos los esfuerzos durante los últimos meses entre viajes a la capital, encargar telas, adornos, complementos, terminar el ajuar y comprar más cosas habían dado el fruto de ver a su segunda hija en capilla.
    -Emma, eres la novia más hermosa que he visto, con permiso de tu hermana, y tu esposo será muy afortunado de tenerte a su lado -declaró al fin doña Amalia.

    Después de todas las felicitaciones, abrazos, sollozos y más palabras llenas de emoción, la familia salió de la casa para subirse a los carruajes que estaban esperando para llevarles a la iglesia. Emma y su padre, el padrino de bodas, en el coche nupcial, y detrás le seguirían doña Amalia, con sus hijos y Teresa. Durante el trayecto, todos los transeúntes se quedaban mirando el convoy y admiraban la elegancia y buen gusto de todos los componentes, pero no dudaban en resaltar que era la novia más bonita que habían visto. Llegaron a la iglesia de "Santa María de la Antigua" con cinco minutos de retraso, como manda la tradición, y pudieron observar que la entrada principal estaba muy concurrida de curiosos que esperaban el momento en que la novia bajara del coche. Lentamente y del brazo del orgulloso padrino, se dirigieron hacia la portada. En el momento en que dos monaguillos abrieron las enormes puertas, se pudo escuchar el órgano a la entrada de la novia. Don Arturo, como buen novio, estaba esperando en el altar muy nervioso, pero con el semblante muy sereno. Aunque al ver aparecer a su prometida envuelta en esa luz casi celestial le hizo cambiar el rostro por una expresión de alucinamiento. Emma, desde la entrada de la iglesia no podía distinguir bien a su futuro esposo, pues entraba demasiada luz. Según se fue acercando pudo comprobar lo apuesto y elegante que estaba su novio. Todo un galán. Al llegar junto a él, se podía ver las miradas tiernas que se dedicaban y que no podían evitar de procesarse el uno al otro, hasta que el cura, el señor Natalio Estébanez comenzó el sermón.

    -Don Arturo Quintana Lafuente, ¿consiente en contraer matrimonio con la señorita Emmanuela María Valdivia Fonseca? -Al escuchar su nombre completo don Arturo se quedó asombrado. Nunca hubiera adivinado de dónde procedía el nombre de su amada y no le pareció oportuno preguntarlo en alguna ocasión.
    -Sí, consiento -respondió firmemente pero aún algo extrañado. Durante toda la ceremonia se echaron miradas de complicidad y se les veía muy enamorados.
 
                                * * * * *

    -La misa duró demasiado -Se quejó don Esteban-, este cura no tiene piedad de sus feligreses y nos piensa recluir para sí durante toda la eternidad.
    -¡Señor Valdivia! -increpó doña Amalia reprochando la actitud de su esposo-, no le consiento que blasfeme en mi presencia y menos del buen párroco que tenemos. Ahora ocúpese como buen padrino de los invitados.

    Cuando todos los invitados hubieron llegado a la residencia de los Valdivia, pudieron comenzar a servir los entrantes para celebrar el banquete en honor a los recién desposados. La casa estaba preciosa con los adornos traídos de Barcelona para la ocasión. Para la celebración nupcial de Blanca no tuvieron que ocuparse de nada, pues de todo se encargó la madre de don Leandro, que al ser hijo único, quiso ella que se celebrara en su terreno.

    -Emma -Se acercó Blanca para felicitar a su hermanita-, estoy muy contenta de verte tan feliz. No albergo ninguna duda de que ambos lo seréis.
    -¡Oh, Blanca, Dios te oiga! Quiero hacer muy feliz a Arturo, pero tengo tanto temor...
    -No te preocupes, hermanita, todo será muy bonito al principio y...
    -No, Blanca, me refiero a... -Emma se acercó al oído de su hermana-, esta noche... no sé...y si me duele...- preguntó entre susurros y muy ruborizada la joven Emma.
    -Jajaja -rió suavemente blanca-. Verás, Emma, tú no tienes que ocuparte de nada. Sólo déjate hacer. Él sabrá cómo tratarte. ¿Doler? Bueno, un poco sí, pero estoy segura que te dolerá menos que cuando te caíste del columpio el pasado mes -Quiso despreocupar a su inocente hermana.
    -Bueno, bueno, a quién tenemos aquí -saludó de forma muy efusiva don Leandro y con evidencias de que el vino que eligieron para la ocasión era excelente-, las dos flores más bellas de mi envidiado vecino.
    Emma se sonrojó aún más de lo que ya estaba y Blanca cambió la amable sonrisa que tenía hacía tan solo unos instantes por otra símplemente cortés.
    -Esposo, puedo comprobar que la velada es de tu entero agrado. Vayamos al lado de aquella valla, te mostraré unas azaleas...
    -¡Qué azaleas, ni qué niño muerto! ¡Yo quiero estar con estas tiernas rositas jijiji!
    El señor Valdivia estaba observando la escena, pero sin atreverse a inmiscuirse dado que el señor de Vega era muy respetable y según veía el estado en el que se hallaba haría más sonoro el escándalo, algo que quería evitar a toda costa. Afortunadamente su recién estrenado yerno le salvó de la papeleta.
    -¡Tío! ¡Al fin le encuentro entre todos los invitados! Venga conmigo, venga, que tiene que probar el pato que está delicioso -Y apartándole oportunamente miró hacia su esposa y su padre que le agradecían con un sutil gesto su salvadora intervención.
    -¡Qué espectáculo más bochornoso, hija! ¿Cómo consientes que tu esposo beba tanto antes de probar bocado? -recriminó doña Amalia uniéndose al grupo como si hubiera sido responsabilidad de su propia hija-. No lo vuelvas a permitir, Blanca, la gente podría empezar a murmurar... y eso no nos conviene.
    -¡La que faltaba para el canto de un duro! -soltó en tono algo cómico don Esteban.
 
    Don Arturo dejó a buen recaudo a su tío en la biblioteca para que se le pasara el sopor que le había entrado entre el vino, toda la gente que había en aquella casa, y el vino; y se fue en busca de su recién estrenada esposa. Al hallarla hblando con la prima segunda de su madre y el esposo de ésta, pidió disculpas cogiéndola del brazo delicadamente y se la llevó a un rinconcito que había junto a las escaleras. La cogió por la cintura acercándola más a él y la dijo que deseaba con todas sus fuerzas que la estupenda celebración que estaban disfrutando se terminara lo más pronto posible.

    -Pero Arturo, los primos de tus tíos y de mis padres han hecho un largo viaje...no sería correcto echarlos. Se han portado muy bien con nosotros y...
    Don Arturo la besó apasionadamente y la susurró más cerca del cuello que de su oído
    -Estoy deseando quedarme por fin a solas contigo y hacerte mía esta noche -Y la volvió a besar sin dejarla reaccionar.

    Eso era precisamente lo que Emma tanto temía, que llegara la noche, o más bien que la casa quedara tranquila. Temía tanto el momento de tener que entrar en el dormitorio que hasta ahora había sido exclusivamente suyo y que aquella noche tendría que compartir su lecho por primera vez con su esposo. Lo temía y al tiempo lo deseaba, pero casi podía más el miedo. ¿Sería capaz? Llegó a pensar.

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