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domingo, 28 de octubre de 2012

Capítulo 16 - La noche


 
   <<18 de abril de 1856.

                "Querido Diario:

    Han pasado varias semanas desde que escribí en estas secretas páginas y si no he vuelto antes no ha sido por no tener asuntos interesantes o relevantes, mas bien todo lo contrario. El enemigo ha sido el escaso tiempo. Así, pues, resumiré como buenamente pueda lo más importante.

    Llevo poco más de ocho semanas desposada con un buen hombre y además apuesto, Arturo Quintana, y desde entonces vivo en la más completa dicha. Intentamos pasar todo el tiempo posible juntos, mientras sus obligaciones en el centro no se lo impidan, y siempre me repite lo feliz que es desde que le acepté en matrimonio. También está ansioso por que le dé hijos, aunque no sólo él, mi madre también está preguntándome todas las semanas <<Hija...¿estás en cinta ya?>> A lo que yo debo responder que he vuelto a recibir ... Es una presión que, en ocasiones, me desespera. Y ya no sé que más debo hacer para lograrlo. Quiero decir a parte de lo que ya hacemos todas las noches. Me ruborizo según escribo estas líneas. Pero lo cierto es que no me incomoda en absoluto que venga todas las noches a mis aposentos. De hecho, todavía no ha habido una noche que hayamos dormido cada uno en nuestras camas. Pero me estoy adelantando. Quiero relatar, en primer lugar, nuestra primera noche: nuestra noche de bodas.

    Después de que mi Teresa me preparara me introduje entre las sábanas a esperarlo. Mi corazón palpitaba con una velocidad y fuerzas desconocidas para mí. Hasta creí que me iba a desmayar. Afortunadamente no ocurrió. ¿Qué tendría que hacer?¿Cómo debería actuar? Mi madre, esa misma tarde justo antes de subir a mis aposentos, me recomendó que me tumbara, me quedara quieta y cerrara los ojos.
    Al ver entrar a Arturo, convertido en mi esposo, todo elegante con un batín de seda en tono burdeos oscuro que estaba desatado y dejaba ver su blanca camisa con la pechera desabotonada y por la abertura se veía su torso las dudas y los nervios se acumulaban dentro de mi. Se quitó el batín, se sentó a mi lado en la cama e hizo que me sentara yo también. Sentía mis mejillas con mucho calor y aparté la mirada. Él me cogió la barbilla y se acercó para besarme. Fue un beso más apasionado que los anteriores e incluso algo húmedo. Al principio sentí mucha vergüenza y creo que él lo notó porque me dijo que me dejara llevar, que no haría nada que yo no quisiera; me gustó y le correspondí intentando dejarme llevar por esa nueva pasión que corría por mis adentros. Me abrazó. Me acariciaba el cabello y jugaba con algunos mechones entre sus dedos. Posó sus manos en mis hombros y luego fue bajando un poco mi camisón de batista blanca pero no pasó de los hombros.

   Quise soplar el quinqué, pero no me dejó. Me abrazó más fuerte. Sentía su pecho respirar y eso aceleró mis instintos que me pedían amar como siempre había soñado. Se separó un poco de mí y en ese mismo instante uno de esos instintos nuevos me pidió que lo besara en el torso. Al hacerlo, él me cogió la cabeza con ambas manos, acarició mi pelo. Las bajó por la espalda y me tumbó. Parecía muy seguro en todos sus actos mientras yo sólo esperaba que él hiciera un movimiento para indicarme lo que hacer.

     A esas alturas mi cuerpo entero estaba experimentando unas sensaciones que ni había imaginado llegar a sentir en mis lecturas románticas, y prueba de ello estaban dando como con la zona más privada, que no dejaba de latir cual corazón; o los senos, que los sentía muy duros cuando él me rozaba tan siquiera. También noté cómo el cuerpo de Arturo se excitaba. Nunca pensé en lo que sentiría un hombre en semejante momento, pero ahora lo estaba comprobando. Al igual que mi anatomía, la suya fue cambiando. Su respiración dejaba escapar de vez en cuando algún leve suspiro. Su camisa dejaba entrever por las zonas bajas un miembro eréctil que deseaba darse a conocer. Tuve tentaciones de tocarla, mas me retuvo el pudor. Además, en mi cabeza resonaban las palabras de mi madre.Todo eso era muy complicado de realizar. Yo sentía el placer que se apoderaba de mi y quería ser partícipe de aquella noche tan especial. Así que decidí no volver a pensar en mi madre en momentos como aquel. Y no fue difícil entre los besos apasionados y cada vez más fuertes de Arturo. Se acercó hacia mi reclinándose sobre un brazo y quedó sobre mi cuerpo. Instintivamente le abracé y él me levantó el camisón. Pude sentir su miembro más íntimo buscando mis zonas más escondidas. Él separó mis piernas para poder acceder mejor hasta mis adentros y algo en mi me decía que era lo más maravilloso que me estaba pasando. Instantes después lo corroboré. Sentí como empujaba dentro de mi cuerpo y un escalofrío de un leve dolor me recorrió la espalda. Cerré los ojos. Temía que fuera algo doloroso y que no lo soportara, pero sólo fue el primer momento. A ambos se nos escapaban gemidos de un placer desbordante cada vez que él empujaba su dura masculinidad en mi frágil carne. Cada vez sus movimientos eran más intensos y sus gemidos más elevados y seguidos. Yo intentaba acallar mi voz, pero era inútil. Los suspiros sonaban más y más fuertes. Sus manos sujetaban su cuerpo en tensión y su cadera golpeaba cada vez más fuerte dentro de mí. Iba aumentando el ritmo de sus empujones y soltó un gran ¡¡¡Aaaaaaah!!! En mi inocencia pensé que le ocurría alguna cosa y asustada abrí los ojos justo cuando se situaba a mi lado. Pero su cara no mostraba dolor, sino todo lo contrario, placer. Era tal el placer que sentí que soy incapaz de poder expresarlo con palabras al tiempo que me sonrojo recordando esos instantes. Ambos nos sumergimos en un dulce sueño a la vez que nos mirábamos con una gran sonrisa en el rostro.

   A la mañana siguiente todo eran sonrisas y miradas sin palabras, pues los ojos decían todo lo que los labios no se atrevían con los rayos de sol. Aquella noche se rompieron en mi cabeza muchos miedos y leyendas. Pero sin embargo aumentaron las dudas de lo que ocurría a mi alrededor. Yo era dichosa mas mis seres más queridos no lo parecían ser en sus respectivos matrimonios. Pero sentía tanta felicidad que no tenía cabeza para pensar en ninguna otra cosa. Desde entonces, mi esposo Arturo duerme junto a mí, y sólo nos colmaría de felicidad la esperada noticia de que en breve seré madre.

    Me gustaría poder seguir escribiendo los días siguientes, pero me temo que debo dejarlopara otro momento. Ahora debo dejar la pluma, pues en pocos minutos será la hora de acostarse y debo estar lista ...>>

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