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sábado, 8 de septiembre de 2012

Capítulo 8 - El contrato

   Emma se despertó antes de que lo hiciera Teresa. Se puso su bata sin anudar y salió al pasillo a buscar a Blanca. Justo al cerrar su puerta tras de sí, vio como Teresa pasaba al dormitorio de la señora y la extrañó sobremanera que la encontrara aún metida en la cama. Se encaminó al cuarto de su hermana mayor y entró sin esperar confirmación.

    -Hermana, estás perdiendo los modales -la reprendió bromeando sentada en el tocador-. No es la forma de entrar y lo sabes.
    -Blanquita, hay algo extraño esta mañana. Madre está en su cama, quiero decir, que ha vuelto a su cuarto pero no comprendo por qué.
    -Emma, Santo Cielo, ¿se puede saber de qué estás hablando? ¿Ha vuelto de dónde? No te entiendo.
    -Te explico: después de que subiéramos anoche a nuestros cuartos, me metí en la cama pero no podía acomodarme, y como aún era pronto pensé en ponerme a leer el quinto capítulo de Oliver Twist, pero recordé que lo dejé sobre el quicio de la chimenea, así que decidí ir a buscarlo. Y cuando estaba a punto de bajar los escalones, oí algunas voces muy bajito que provenían del dormitorio de nuestro padre...
    -¡Emma, no es correcto escuchar detrás de las puertas! ¡Me escandalizas!
    -¡No lo hice a propósito! Pero lo que me llamó la atención es que no hablaban, más bien... se oían... bueno, voces. Rápidamente me aparté...
    -¡Gracias a Dios! -volvió a interrumpir su ruborizada hermana.
    -Pero el caso es que si madre estuvo en su cuarto anoche, ¿por qué volver de madrugada a su cama? Lo lógico sería que se quedaran durmiendo juntos, para eso contrajeron matrimonio, ¿no?
    -¡Ay! Emmita, son cosas de los padres y no está bien visto que se sepan que duermen juntos, supongo...
    -Por eso te lo consulto a tí. Dentro de poco serás una señora casada y sabrás más de esas cosas.
    -Pero aún no las sé, y ya estoy bastante sonrojada como para seguir esta conversación, así que...
    En ese mismo momento llamaba a la puerta Teresa y al entrar y ver a las dos muchachas juntas exclamó:
    -¡Ajá! ¿Con que estabas aquí? Ya podía yo estar buscándote por toda la finca. Venga, señoritas, ahora las arreglaré para que bajen a desayunar. Esta mañana tienen muchas cosas que hacer y al mediodía...
    -Lo sé, Teresa, lo sé. No necesito que me lo recuerdes. Voy a seleccionar algún vestido bonito. Hasta luego, Blanca.
    -Hasta luego, hermanita.

                                   * * *

    Don Esteban bajo el primero al comedor. Estuvo en silencio durante todo el desayuno. Emma pensó que estaría de mejor humor, pero no fue así. Terminó enseguida y se disculpó diciendo que tenía algunos asuntos que preparar antes de la visita. Y dio instrucciones a Blanca para que tocara la partitura que la había dejado en el piano. Ana María la acompañaría con la voz. Y se encerró en su despacho.
    -Teresa, llévale al señor el diario. Veo que aún no lo ha cogido de la mesita del recibidor. Quizás vengan noticias importantes que deba conocer -indicó doña Amalia.
    -¡Madre! -cortó Emma antes de que Teresa pudiera añadir nada-, ¿y por qué no se lo lleva usted misma? Sería un bonito detalle -Teresa se volvió y en su gesto se veía como si la hubieran apuñalado por la espalda.
    -Emma, no hay necesidad.
    -Pero... madre...
    -Teresa. Haz lo que te he dicho en cuanto terminemos el desayuno, por favor.
    Y Emma se quedó mirando el fondo de su taza con la desilusión que se reflejaba en el fondo de la misma. Era evidente que Emma vivía en un mundo más similar a las novelas, que a la realidad, aunque tampoco era culpa suya. Nadie le había hablado con sinceridad y menos de las emociones personales, así que tenía que imaginárselas.

   Llevaban preparadas con bastante tiempo de antelación y Emma comenzaba a aburrirse. Ojeaba un libro sin leer nada. Colocaba, por tercera vez, las flores del centro de mesa que aquella mañana había cortado Luisa para la ocasión. Miraba a través de la cortina recibiendo la reprimenda de su madre por parecer impaciente si llegaban los invitados en ese instante y le descubrían... Total, que no sentía ninguna gana de recibir aquellas visitas, pero estaba deseando que llegaran lo antes posible, así, al menos, tendría tiempo disponible para ultimar lo que le quedaba pendiente de su viaje. Mas no tuvo que desesperar por más tiempo. Luisa advirtió que se acercaba un  Landau y ya casi estaba en la portada principal. Todos se dirigieron al recibidor para dar la bienvenida a tan importantes invitados. Al rato, sonó la campanilla. Luisa se dirigió a abrir la puerta.

   Hechas las presentaciones pasaron todos a la sala. Teresa fue a la cocina para servir el café, con pastelitos y unos chocolates. El marqués de Vega era un caballero muy respetado en buena parte del país. Mantenía estrechos lazos con la Casa Real y su primogénito, don Leandro, pronto contraería nupcias con la señorita Blanca. Venía acompañado, además de su hijo que no quería dejar de pasar la oportunidad de ver una vez más a su bonita prometida, de su sobrino don Arturo Quintana, hijo de su hermano recientemente fallecido y que tenía serias intenciones de conocer a la segunda hija de los vecinos de su querido tío. En esta ocasión no les acompañaba la señora marquesa, pues tenia compromisos adquiridos con antelación en el norte.

    -Me alegra que nos puedas recibir en tu casa antes de que partáis de viaje, Esteban.
    -No hubiera pasado nada por demorar un día la salida, don Tomás. Me siento muy honrado con vuestra visita. Y cuéntame, Arturo, ¿ya terminaste la instrucción en la Academia de San Fernando? -dijo dirigiéndose al sobrino de su ilustre vecino.
    -Sí señor. Y el capitán Ordóñez me envía sus respetos al notificarle que volvía a casa y que seguramente le visitaría -respondió el muchacho.
    -¡Ah! Ese viejo truhán... jajaja. ¿Sigue con el mismo mal humor de siempre, o se le ha pasado algo con los años?
    -Sigue con peor humor, pero hay que tener en cuenta su gota y que no se quiere retirar.
    -Don Esteban -interrumpió don Leandro-, si me lo permite, me gustaría salir al jardín para disfrutar de su bello paisaje, y si la señorita Blanca me hace el gran honor de acompañarme me sentiría muy afortunado.
    Blanca notó sus mejillas más acaloradas y se cubrió un poco con el abanico.
    -Por supuesto, Leandro. Tenéis mi beneplácito. Disfrutad del paseo.
    Don Leandro se levantó con un aire muy digno y alargó la mano para ayudar a Blanca a levantarse. Los dos enamorados salieron por la puerta de la sala que da directamente al jardín. Y al momento salió Teresa con una sombrilla para que se protegiera del fuerte sol veraniego.

    -Bien, Esteban, como sabrás, mi sobrino tenía especial interés en conocer a tu segunda hija. Leandro le habló maravillas de las mujeres de tu casa.
    -Estupendo, muchacho. Estoy seguro de que nuestra Emma no te desilusionará. Es todo encanto, dulzura, belleza...

    Mientras escuchaba estas palabras, Emma no pudo evitar sentirse como una vulgar res en el mercado mensual de Medina. Siempre imaginó ese momento muy diferente. como todo lo demás. Lo cierto es que aquel caballero no le disgustaba visualmente. Era alto, esbelto, moreno de tez y cabello. El mes próximo cumplirá los diecisiete y ya había terminado la formación militar en la misma Academia Militar que su padre. Presentaba buenas maneras aunque no se veía demasiado formal, a diferencia de sus familiares que eran muy correctos en sus poses y palabras medidas al detalle. Se veía más natural. Y cada vez que la miraba al dirigirse a ella, no sabía muy bien porqué pero sentía un hormigueo en el estómago. La conversación era muy amena  y no se sentía incómoda, como pensaba por la mañana que se sentiría. En definitiva, le agradó bastante la primera impresión.

    El reloj marcó la una de la tarde y el marqués se levantó ofreciendo sus disculpas por tener que dar por terminada esa reunión tan agradable. Don Esteban les ofreció ser sus invitados de honor durante la comida, pero tuvo que rechazar tan amable invitación por que el señor Alcalde ya le había invitado hacía algunas semanas.
 
    -Don Esteban, ha sido todo un honor que me permita venir a visitar de vez en cuando a su hermosa hija Emma. Le doy mi palabra de caballero que no tendrá queja alguna de mi persona.
    -Bien, hijo, bien. Yo también estoy seguro de ello, y si me entero de alguna falta obtendré una satisfacción -bromeó el señor Valdivia sin que a Emma le hiciera ninguna gracia lo que insinuaban delante de ella.
    -Hasta pronto, pues, vecino -Se despidió con un fuerte apretón de manos don Tomás-. Señorita... -dijo levantando su sombrero despidiéndose de la joven que le devolvió una cordial sonrisa.
    -Señorita Emma, será un placer pasear a su lado la próxima vez. A sus pies -dijo don Arturo besándola la mano-

    Y Emma se quedó mirando desde el porche cómo hacía lo propio don Leandro. Y seguiría un buen rato más en aquel sitio hasta que la nube de polvo desapareció, pensando en todo lo ocurrido aquella extraña mañana. Y por extraño que le pareciera, sentía una emoción que la embargaba al pensar en el señor Quintana. <<Al menos era más joven que su primo>>-pensó.
    -¡Pero no le volveré a ver hasta dentro de un mes! -exclamó sobresaltada al caer en la cuenta de su inminente viaje.
 

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