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jueves, 6 de septiembre de 2012

Capítulo 7 - Una pasión oculta II

    Teresa subía a la segunda planta para apagar los candiles y observó como las luces se apagaban por debajo de las puertas de cada alcoba. Todas excepto la del señor. <<Llamaré para ver si se le ofrece algo más, como se ha ido tan súbitamente... -pensó Teresa>>. Y golpeó suavemente cuatro veces en la robusta madera.
    -Teresa...pasa, por favor -Se oyó desde dentro. Y Teresa abrió despacio la pesada puerta.
    -Pensé que se le ofrecería algo, señor. Toda la casa ya está descansando pero le puedo preparar algo si lo desea.
    -¡Ah, Teresa! Tú siempre pensando en todos nosotros. Pensando en mí -dijo con voz grave mirando a través de la oscura noche de su ventana-.

    Llevaba puesto un batín de seda brocada en granate con solapa en terciopelo algo más oscuro. A la luz del quinqué las abundantes canas que ya lucía no se le apreciaban apenas. Más bien se veían del tono rubio oscuro que alguna vez tuvieron. Estaba descalzo sobre la tarima y con una copa de brandy en la mano, ya sin brandy. La dejó en la mesita. Se giró posando la mirada en Teresa, que esperaba con un candil en la mano alguna respuesta de su señor. Éste se la acercó y le quitó el candil diciéndola que nadie le comprendía como ella.

    -Son muchos años, señor.
    -Pero solo tú me conoces -la dijo al oído situándose detrás de ella. Y la besó el cuello.

    Teresa se quedó quieta mientras don Esteban la rodeaba con sus brazos. Esos mismo brazos que la rodean desde antes de que naciera Blanca. Don Esteban rozaba el vello de la nuca de Teresa con su aliento. Notaba cómo su piel se estremecía. La besaba suavemente mientras con sus brazos, aún rodeándola, la sujetaba de manera firme. Teresa se dejaba hacer. Sentía debilidad por los besos del señor -"mi señor", como le llamaba en secreto-. Lentamente, don Esteban se fue colocando delante de ella. Ahora la sujetaba delicadamente la cabeza y acercó la suya buscando su boca, con esos labios tan irresistibles para él. Al unir su boca sintió la respiración de Teresa, cada vez más agitada, tanto en su pecho como en el aire que salía por su nariz y su boca algo entreabierta, esperando, deseando la boca del amante. No la hizo esperar más. Se humedeció un poco los labios y la besó apasionadamente, pero sin ejercer mucha fuerza. Ella le correspondía con la misma intensidad. Sus brazos ahora le rodeaban a él por encima de los hombros. No tenía que elevarlos mucho, pues ambos eran de una estatura muy similar. Las manos de don Esteban se dirigían hacia el lazo trasero de su mandil para soltarlo. Después siguió con el cierre posterior de su vestido, soltando los pequeños botones mientras Teresa ya había desabotonado la camisa de él. Él dejó caer su batín por sus brazos. Teresa podía ver su torso desnudo entre la abertura de la camisa. <<Se veía aún fornido y esbelto a pesar de su edad>> -pensó-. Y pasó sus dedos por esa abertura provocadora para después acercar su boca. Su aroma la embriagaba.

    Don Esteban, se soltó los botones de los calzones, quedándose ya solo con los interiores, y ayudó a Teresa a deshacerse de su ropa. Su cabello estaba aún sujeto por dos pasadores. La cogió de las manos y la acercó a la cama. Se volvieron a fundir en un abrazo más apasionado en esta ocasión y sus besos ahora también eran más intensos. A Teresa se le escapaba algún suspiro que otro. El señor se sentó en el borde de la cama y dio la vuelta a Teresa para soltar sus enaguas y desatarle el corsé. Con su ayuda soltó el nudo que la oprimía y el cordón de raso se fue soltando poco a poco entre sus dedos. Teresa terminó el trabajo y lo dejó caer resbalando por su camisa y después hizo lo mismo con esa prenda. Él la abrazó y ella se sentó encima de él y cayendo ambos en la cama. Ella le bajó un poco el calzón interior. Buscaba algo... quería sentir al hombre. Él gimió a sentir un roce en la desnudez de sus partes más íntimas. Los dos amantes estaban abandonados a la pasión. Don Esteban no podía esperar más. <<Te voy a tomar ahora. Esta noche no puedo esperar más>> -susurró a su oreja-. Y se puso encima de ella que lo estaba esperando ansiosa. Desde arriba él podía controlar todo el cuerpo de Teresa. Veía sus emociones. Decidía cuándo y cómo la amaba. Tenía el control. Y le gustaba contemplar su voluminoso busto desnudo para acariciarlo a su antojo mientras ella gemía en silencio para que no les descubrieran.

    Aquella noche sus embestidas eran más pasionales, observó Teresa. Parecía que lo hacía con alguna doble intención. Pero la gustaba igualmente. Él se tumbaba encima de ella, y ésta le abrazaba fuertemente. Sus labios estaban ardientes de tanta pasión y a veces se le escapaba algún mordisco. Sentirse amada por "su señor", era lo que estaba sintiendo en esos instantes. Se sentía plena. Y sabía que él sentía lo mismo con ella, por eso la buscaba a ella y no a otras o a su esposa.

    Los dos recostados, el uno al lado del otro, se miraban mutuamente. En silencio, tan solo escuchando sus corazones galopando a un ritmo desenfrenado.
    -Lamento mucho lo ocurrido antes de la cena. No vi que...-decía mirando el techo del dormitorio-.
    -Shhhh -susurró don Esteban poniéndole un dedo en los labios-, no tienes que pedir disculpas por nada. Una tontería y nada más, eso es lo que fue.
    -Pero... después se estropeó la velada -gimoteó ella-.
    -Nada, nada. Tuya no es la culpa. No se hable más. -Y la volvió a besar y ella se dejaba besar entre los almohadones y cojines sintiendo toda su piel pegada a su piel caliente.
    -Debo retirarme o me darán las claras del día en tu cama -dijo con una pequeña preocupación.
    -Bien.
    Teresa se levantó, se vistió con solo el vestido y llevó el resto de sus prendas colgando del brazo. No quiso llevar la vela para pasar invisible en la oscuridad hasta su cuarto. Don Esteban la observaba desde la cama. <<Te volveré a buscar pronto>> -susurró.




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