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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Capítulo 5 - La pequeña decepción

    Los días pasaban con un ritmo frenético entre los preparativos del viaje y algunos asuntos que surgían con el futuro enlace. Curiosamente, don Esteban "desapareció" por un corto espacio de tiempo con la escusa de problemas relacionados con las tierras. Emma no tuvo mucho tiempo de pensar en su porvenir. Estaba emocionada por que iba a poder asistir a su primer baile. En la escuela todas las alumnas soñaban con una ocasión así y se imaginaban a su apuesto acompañante cogiendo su mano para comenzar a dar vueltas por el salón lujosamente decorado. Tenía casi todo preparado y aún faltaban dos días para partir: sus vestidos para paseo, los de visita, por supuesto los de baile -el de gasa y muselina en rosa pálido y adornado con flores de tela y el de tafetán de seda en azul celeste-, los distintos tipos de zapatos, botines y mocasines, sin dejar descuidado el asunto de las prendas interiores y los complementos, por supuesto.

    Esa misma tarde esperaban la visita de los señores de Viana con don Luis Alonso Montero, primo del esposo de doña Isabel. Emma quería comprobar si su chatelaine había sido reparado y en ese caso poder lucirlo en su estancia en la capital. Cuando la campanita de la puerta principal sonó, Emma bajó ágilmente las escaleras y esperó al lado de ésta.
    -Buenas tardes, señores. Los señores les esperan en la sala. Si tienen la bondad de seguirme, por favor...
    -Buenas tardes. Muy amable y buenas tardes para tí también Emma. Has crecido mucho desde la última vez que te ví -saludó don Tomás haciendo un gesto cariñoso a la joven.
    -Bu-u-uenas tardes -respondió Emma con desilusión al ver que no venían acompañados por el señor Montero. Se pensó que tal vez era un arreglo que no valía la pena, o quizás símplemente se olvidó...
    Ya en la sala, doña Amalia y don Esteban, que acababa de llegar hacía breves instantes, esperaban a los invitados. Después de los pertinentes saludos, doña Amalia preguntó a su amiga qué había ocurrido para que el señor Montero no hubiese asistido y ella le respondió que surgieron algunas dificultades en el semanario que presidía su padre y tuvo que ausentarse la tarde anterior. Pero no se había olvidado de su promesa -dijo dirigiendo una pequeña sonrisa a la joven, que en ese momento alegró su semblante-. Doña Isabel sacó de su bolsito un estuche de terciopelo negro. El mismo que ella le había entregado para guardar su broche.
    -Ábrelo, querida.
     Y Emma no lo dudó más. El broche estaba en su interior y complétamente nuevo. Y ahora le volvía a brillar su mirada.
    -Además, lo quiso recomponer él mismo -añadió don Tomás-. Debo reconocer que mi primo es muy mañoso y trabaja muy bien con las manos, a pesar de su posición. No es muy normal, por no decir inusual y quedar como un torpe -rió donTomás- que en nuestra familia alguien tenga semejantes habilidades y otras muchas más que no voy a enumerar ahora ja ja ja.
    -¡Oh, él mismo lo hizo! -exclamó Emma asombrada-. Envíen mi eterno agradecimiento, por favor, cuando le vean. Madre, ¿puedo...?
    -Sí, hijita. Puedes retirarte para contemplar tu tesoro.
    Y acto seguido se veía a una muchacha a toda velocidad escaleras arriba.

    En su cuarto, cerró la puerta y corrió al escritorio para depositar la cajita. Acercó una silla. Se sentó con cautela y por fín abrió el estuche. ¡Estaba todo completo! Ya podría ponérselo en sus paseos, o cuando fuera de visita, o ... Abrió el bolsito que contenía papelitos para notas y observó algo que no vió cuando lo adquirieron en la tienda. El primer papel estaba escrito. Su corazón galopaba y llena de curiosidad lo sacó y lo desdobló :

                               "Ruego su perdón, no hay escusas para no estar a su lado, 
                                la debo un chocolate y más adelante lo tomaremos juntos.
                                A sus pies, dulce Emma, L. M."

    Otra promesa. Era extraño, no firmaba con todas sus iniciales -pensó-, pero podía reconocer esas como las de Luis Montero.
    Blanca tocaba, como de costumbre, una preciosa pieza de Chopin que envolvía el ambiente con su dulce melodía y una vez más la música llegaba de forma tenue al dormitorio de Emma.

    Mientras, en la sala, Teresa llegaba con el chocolate caliente y unos pastelitos que eran una obra maestra de la cocinera. La charla estuvo de lo más interesante. Por un lado, las damas hablaban de los nuevos tejidos que se veían por las calles, de lo bonitos que estaba los jardines en aquella época del año, de su cercano desplazamiento a Madrid,...y los caballeros, por otro lado de la política del país y de los grandes avances que estaba sufriendo el país con la llegada del ferrocarril. Sin duda ese era el tema de muchas tertulias de muchas ciudades por aquel entonces. Doña Isabel felicitó una vez más a su amiga por el compromiso de su primogénita, alabando la suerte que había tenido al elegirla a ella como esposa. Blanca se ruborizó al escuchar sus palabras. Pasaba el tiempo, se terminaban los pasteles y los invitados anunciaron que se debían retirar para que sus amigos siguieran con sus obligaciones.
    -Ha sido un placer compartir esta velada con vosotros, amigos.
    -El placer ha sido nuestro, querida Isabel. Regresad cuando deseéis.

                                      * * *

    Blanca tenía muchas cosas en las que pensar. Quería subir a su cuarto para buscar un cuaderno en el que dibujaba hojas de árboles, y flores, y algún pajarillo si tenía la suerte de  que se quedara quieto por algún tiempo. Esa actividad la ayudaba a relajarse y a pensar. Estaba justo delante de su puerta cuando miró al cuarto de Emma. Se acercó y llamó. Esperó una respuesta, que tardó algunos segundos y cuando se iba a retirar desde dentro la invitaban a pasar.

    -Si estás ocupada...
    -¡Ah! Blanca, eres tú. No, pasa, pasa. Me alegra que vengas.
    -¿Qué tienes ahí?
    -¡Mira! Es un precioso chatelaine que me ha regalado nuestra madre. Sin querer lo rompí cuando lo compró pero el primo de los señores de Viana se ofreció muy gentilmente a arreglármelo. Y aquí está: intacto -dijo con una sonrisa que la llenaba la cara.
   -Me alegro mucho, querida hermanita, y la próxima vez sé más cuidadosa. ¿Estás contenta sólo por eso?
    -Sí..., bueno, y por los días que vamos a pasar en la gran ciudad. Quiero visitar todos los museos, acudir a la biblioteca, pasear por sus magníficos jardínes... ¿Crees que padre nos llevará en alguna ocasión a ver una ópera? Me gustaría tanto... -dijo poniendo la mirada en lo alto del techo.
    -¡Uff! Sí que tienes planes, sí. Lo vamos a pasar muy bien, ya lo verás.
    -Blanca -serenó su voz y su mirada-,... tú... cuando te conviertas en la señora de Vega... nos veremos menos aunque estemos una al lado de la otra...y eso no me gusta.
    -Pero Emmita (como la gustaba llamarla mimosamente)... no te pongas triste. Nos podremos ver todos los días, ya verás. Es cierto que van a cambiar muchas cosas, pero otras muchas pueden seguir igual -tranquilizó a la pequeña, y a ella misma, dándola un beso en la frente.
    -Y ¿vais a tener muchos hijos?
    -¡Emma! ¿¡Qué clase de pregunta es esa!? No corresponde hablar de ciertas cosas, aunque tengamos mucha confianza. Pero te responderé que los que Dios quiera darnos.
    -¡Lo ves! Ya no vas a tener tiempo para mí -puso la voz más melancólica.
    -Pero pequeña... No te pongas así... Tú también vas a estar muy ocupada. Ahora se acercan grandes cambios para tí. Vas a terminar de ser toda una mujercita. Y el primer paso que vas a dar va a ser ese baile. Será tu presentación oficial, como lo fué la mía.
    -¿¡Tú también asististe a un gran baile en la capital!? ¿Cuando ocurrió eso?
    -Bueno, al primer baile que asistí fue aquí, en el Círculo de Recreo. Hará ya cosa de un par de años. Y fue donde conocí al señor Quintana.
    -¿Ah, sí? ¿Y como es que nunca me hablaste de ello en tus cartas? Me hubiera encantado saberlo y me habría alegrado por tí al igual que lo hago ahora -dijo mientras la abrazaba fuertemente.
    -No es un tema para decirlo por carta, Emita. Y bueno, ya está bien señorita de tanto interrogatorio a discreción. Ahora enséñame todo lo que piensas llevarte, que seguro no me dejas sitio para mi baúl en el carruaje -cambió de asunto su hermana.

    Y así hizo. Toda ilusionada, como un inquieto torbellino, abría un baúl y luego el otro. Eran demasiadas cosas -pensaba Blanca-, pero así se mantenía ocupada. Tenía muy buen gusto, eso era innegable, y sería muy complicado eliminar alguna cosa del equipaje. Así pasaron el tiempo hasta que Teresa las buscó para bajar al comedor. Era ya la hora de la cena y no se habían dado ni cuenta de cómo había transcurrido el tiempo.



2 comentarios:

Lady Marlo dijo...

Me ha enganchao usted.....

La Autora dijo...

Muchísimas gracias, Louerdes!!! Me alegra un montón que te guste ^^.