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domingo, 11 de noviembre de 2012

Capítulo 17 - Desdichada

    No podía más. Emma no soportaba esas nauseas matutinas que ya se alargaban por tantas semanas. El doctor la aseguró que sólo sería al principio, pero lo cierto es que llevaba casi todo el embarazo sin poder probar bocado del desayuno. Tumbada en la cama, contemplaba los primeros rayos de sol que la avisaban de que estaba amaneciendo. Como si hubiera podido dormir algo. Giró la cabeza y posó su mirada en la abultada sábana que ahora cubría su avanzado estado. Se preguntaba tantas cosas... La primera de todas era si sería varón. Debía serlo. Y la siguiente... ¿cómo iba a salir de ahí dentro...? Emma normalmente no se quedaba con la duda si la acechaba, mas nadie se dignaba a solventar su incógnita. Símplemente la decían que llegado el momento lo sabría. Igual que cuando lo concibió tendría que esperar a que llegara el momento para saber.

    -Buenos días señora, ¿va a tomar el desayuno en la sala o prefiere que se lo suba aquí? -preguntó Teresa entrando en la alcoba.
    -Buenos días, Teresa. Prefiero bajar. ¿El señor ya ha desayunado?
    Don Arturo salía de casa mucho antes de que Emma se levantara y ella no notaba su salida, pues desde que su estado se volvió más voluminoso él ocupaba los cuartos del final del pasillo. Aquello era algo que a Emma le molestaba mucho, pero no había conseguido hacerlo volver a su lecho.
    -Sí señora, hace bastante. Y salió pronto. Dijo que tenía muchos asuntos que atender hoy y que no sabía la hora a la que regresaría.
    Emma se sintió frustrada. Necesitaba más que nunca de la compañía y el cariño de su esposo pero él no parecía darse cuenta. Resignada, salió de la cama y se vistió con la bonita bata que Teresa la había preparado. Con el rostro sin luz caminó detrás de Teresa sin mirar el camino. Llegando a la sala recibió el saludo de todos. En ese instante deseaba poder ocupar su nueva casa, pero aún faltaban meses para terminar las obras, además, con la llegada del bebé estaría mejor atendida en casa de sus padres.
    -Buenos días a todos.-Y se sentó a desayunar más por inercia que por apetito.

    Sumida en sus pensamientos vacíos como estaba no se percató de la presencia de su buena amiga Carmen, o Carmela como a ella le gustaba llamarla, por lo que ésta tuvo que hacer notar su presencia.
    -Amiga, pareces poco animada esta mañana. Se me ocurre que podíamos pasear por el jardín y te contaré mis nuevas, además de solicitar tu sabio consejo en algunos temas...
    -¡Carmela!, pero... que tonta he sido, ¿cómo no he notado que estabas desayunando con nosotros? -saltó contrariada. -Y tú, Teresa, ¿cómo no me has dicho arriba que había venido?
    -Emmita, no te ofusques. Ha sido cosa mía. Quería darte una sorpresa y animarte un poco ese estado en el que te encuentras. ¿Te alegras de que haya venido?
    -Por supuesto que sí, amiga. Enseguida estaré lista. -Y subió las escaleras más ágil de lo que cabía esperar en su estado.
    Se colocó el corsé sin esperar a Teresa y sacó del ropero un bonito vestido en tonos burdeos con la abertura frontal y que dejaba espacio para el bebé. Deseaba que pasara el tiempo para dejar de vestir aquellos vestidos y volver a ponerse sus bonitas crinolinas.

    El Nuevo Año pasó muy rápido pero no así el frío. Aunque esa mañana invernal y con todo cubierto por la nieve se presentaba algo templada donde apuntaban los rayos de sol. Las dos amigas estuvieron largo rato paseando por el jardín.

    -Emma, si estás cansada nos sentamos en el salón al lado del fuego -sugirió Carmen al darse cuenta de que podría sentir frío a pesar del tupido manto de lana.
    -No, querida, prefiero respirar algo de aire fresco. Llevo demasiado tiempo respirando ese aire rancio del interior. ¡Oh, amiga! No sabes las ganas que tengo de asistir a un baile, o de poder tomar un chocolate en la plaza, o símplemente ir de tiendas y mirar los escaparates. Las pasadas Navidades debieron de ser preciosos y yo no pude verlos -Se lamentaba Emma.
    -Pero Emma, levanta ese ánimo. Habéis buscado mucho este hijo y de lo que ahora te lamentas es sólo temporal. Las próximas Navidades podremos ver esos escaparates y elegiremos juntas algo bonito para tu retoño -respondió la siempre animosa Carmen para no ver tan alicaída a su querida amiga-. Piensa en todo lo bonito que se avecina con la llegada del bebé.
    Pero Emma se echó a llorar como una niña.
    -¡Ay, amiga! Tengo tanto miedo. No quiero ésto que me está pasando. No duermo por las noches, no salgo por el día, vomito todas las mañanas antes de levantarme, no me puedo poner la ropa que me gusta y me encuentro como una ballena a punto de explotar, seguro que por eso Arturo no quiere dormir a mi lado -las lágrimas desenfrenadas corrían por sus mejillas-. Y para colmo... ¡todavía tiene que salir de aquí! -Y se abrazó a su amiga fuertemente.
    Así estuvieron por mucho rato, la una llorando desconsoladamente y la otra sosteniéndola pacientemente hasta que su torrente cesó y enjugó sus lágrimas en el pañuelo de Carmen.
 
    -¿Qué sería de mí sin ti, amiga? Me ha hecho mucho bien que estés conmigo.
    -No seas tontita, Emma. Estoy aquí siempre y para lo que precises. No hace falta ni que me mandes aviso alguno.

    La mañana iba pasando y las dos amigas se quedaron sentadas en la raíz del gran roble del jardín, calentadas por los rayos cual gatas tomando el sol. Emma estaba experimentando muchos cambios, tanto físicos como emocionales. Y la ausencia de su esposo y el mutismo de su familia no la ayudaban nada. Pero aunque fueran situaciones normales y que se vivían dentro de cada casa no por ello era más fácil de comprender, más bien al contrario. El sol ya estaba dando la vuelta y Carmela debía despedirse. Pronto sería la hora de comer. Al entrar en la casa, ambas se estremecieron levemente al notar la diferencia de temperatura entre el frío exterior y la calidez de dentro. Carmela se despidió con un fuerte beso en la mejilla de su amiga prometiendo volver en breve a visitarla.

    Antes de ir al comedor, Emma se metió en el despacho de su padre, que ahora estaría vacío, y se sentó cerca del fuego extendiendo sus manos. Notó el calor llegando a todo su cuerpo. Se preocupó un poco pensando en que a lo mejor había estado demasiado expuesta a la intemperie, quizás no había sido bueno para el bebé. Se tocó la tripa y notó como se movía en su interior dibujando una sonrisa en su rostro. Todo parecía bien, mas después le pediría consejo a Teresa. Ella sabía de todo. Miró a la alfombra que yacía al pie de la chienea y echó en falta a sus hermanos menores tumbados sobre ella. Ana María acababa de comenzar su formación en la misma escuela de señoritas que ella y ya no la vería hasta el verano; y su hemano había sido enviado a la Academia Militar de San Fernando para su formación, como lo hizo a su tiempo su padre. La casa parecía vacía. El calor era muy agradable. El chisporroteo de las llamas relajante, y el olor de la leña quemándose la transportaba a otro sitio y otra época. Ahora estaba a gusto. Tranquila. Sin pensar en nada.
    La puerta se abrió. Pensó, sin inmutarse, que sería alguna de las criadas para avisarle que la comida ya estaba servida, pero la sorprendió la voz de don Arturo.
    -Querida, estabas aquí. ¿Te encuentras enferma?
    A la pregunta le volvieron a nacer aquellos sentimientos de abandono y se mordió la lengua para no reprocharle sus ausencias.
    -¡Oh! ¿Ya has vuelto? No te esperaba, al menos a comer. Y no, no estoy enferma. Me encuentro muy bien, gracias. Vayamos al comedor. La comida estará en breve -dijo sarcástica mientras se encaminaba a la puerta del despacho en la que todavía estaba don Arturo de pie. Al pasar junto a él éste la sujetó por el brazo y le preguntó si estaba molesta por algo. Ella respondió que no, y pensó en aprovechar a preguntarle el porqué de dormir en estancias separadas. Y lo hizo, pero se le escapó un tono de reproche a lo que él contestó a la defensiva y visiblemente contrariado: <<Emma, te quiero mucho y debido a tu avanzado estado no quiero quitarte espacio en la cama ni despertarte cuando me levante para ir a ocuparme de los asuntos de la empresa del ferrocarril ya que lo hago casi de madrugada. Si piensas que obro mal, lo siento, ¡pero lo hago pensando en tu bien y en el de nuestro hijo!>>. Y salió él primero dejándola a ella detrás y con la lágrimas queriendo volver a sus grisáceos ojos, ahora más tristes.

    La comida transcurrió como siempre, hablando de las novedades en los trabajos del ferrocarril, que la banca estaba invirtiendo más dinero del que la ciudad podía asumir y que si los próximos días se preveían más fríos aún. Pero Emma no abrió la boca ni para comer. No tenía apetito, y eso que la decían que ahora tenía que comer por dos. Antes de que terminaran el segundo plato Emma se levantó, pidió que la disculparan pues no se sentía bien, y subió a su alcoba. Normalmente escribía su diario al terminar el día, pero esta vez no quería esperar tanto y comenzó expresando lo desdichada que se sentía en un momento en el que no tenía por qué ser así. Además, el nombre ya lo indicaba: estado de buena esperanza. Pero hasta que el momento llegara pensaba que pasaría muchos tragos como el de aquel día.

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