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sábado, 24 de noviembre de 2012

Capítulo 18 - El gran momento

    Ya se acercaba el momento tan deseado y a la vez tan temido. Emma pensaba que durante todo su embarazo no había tenido un solo momento de tranquilidad y todavía quedaba lo peor, aunque al menos descansaría. Eso pensaba. Después de la comida quería hablar con su esposo del mal humor que tenía últimamente y le esperó a que se tomara el café mientras se fumaba un habano con el señor Valdivia. Era un momento sagrado entre los hombres de la casa y ella sabía que mejor no se interrumpía aquel ritual masculino. Estaba sentada al pie da las escaleras como cuando era niña y llevaba un buen rato, y casi se quedó dormida apoyada en el balaustre cuando un fuerte dolor en el bajo vientre la sobresaltó. Fue algo momentáneo pero la puso los vellos de punta. Pasó en seguida y no le dio más importancia. Un instante después volvió la misma punzada. Se comenzó a preocupar pues el dolor era intenso. Pensó que algo malo le pasaba al bebé. Intentó levantarse pero no logró ponerse en pie y se volvió a sentar. Quiso gritar, pero otro intenso latigazo le recorrió la espalda ahogando su voz. Después de unos segundos, recobró algo de serenidad y consiguió levantarse, pero al hacerlo notó que sus piernas estaban mojadas y al mirar bajo su falda vio un gran charco. Comenzó a llorar creyendo que se había hecho sus necesidades encima. No entendía como no había sentido la necesidad... Al oír el llanto, todos acudieron al recibidor y encontraron a Emma muy asustada.

    -¿Qué te ocurre, mi niña? -preguntó angustiado su padre.
    -Emma, querida, ¿te encuentras bien? -Quiso saber ansioso don Arturo.
    La señora Valdivia apartó a los hombres y al ver la escena dijo algo más serena que los caballeros:
    -Mi niña, no te preocupes, todo va bien.
    -Pero madre... ¿no ves lo que me ha pasado? No sé como me ha pasado... -dijo entre sollozos.
    -Emma... mi niña... no has hecho nada, es sólo que la naturaleza sigue su curso. El bebé viene de camino. -tranquilizó a la joven y a sí misma-. ¡Teresa! envía al mozo a buscar al doctor sin demora.

    Mientras, Emma era despojada de sus ropas para ponerla un camisón y tumbarla en la cama. Sus dolores eran más fuertes y al oírlos los hombres desde el pasillo se angustiaban cada vez más. El señor Valdivia sacó su pipa y don Arturo volvió a encender el puro que apagó precipitadamente al escuchar los lamentos de su esposa.
    -¿Irá todo bien? El doctor se retrasa.
    -No te angusties, hombre -dijo tranquilizando al futuro padre-. El doctor vendrá enseguida. Parece que tarda una eternidad pero no vive lejos. Créeme, yo ya he pasado por esto cuatro veces y siempre parece que el reloj se para.

    Don Arturo se volvió a quedar en silencio. Por más que lo intentaba no conseguía serenar sus pensamientos y templar sus nervios. En su imaginación rebotaban ideas de lo que podría estar ocurriendo allí dentro, pero no veía nada claro. Berta, la cocinera, subía con una gran perola llena de agua que humeaba y pasó entre las dos columnas que eran los hombres mientras éstos la miraban preguntándose para qué sería ese agua. Del brazo llevaba unas toallas blancas. Tocó la puerta con el pie y al abrir se escuchó con más intensidad los gritos de Emma, a los que don Arturo quería socorrer entrando detrás de Berta, pero la doncella que se encontraba dentro no se lo permitió cerrándole la puerta en las narices.

    Se oyó abrirse la puerta principal, y se dieron cuenta de que sería el doctor acompañado por el mozo. Don Arturo sintió un gran alivio. Pensó que todo pasaría pronto.
    -Buenas tardes, caballeros. Si me disculpan creo que me esperan dentro.
Y acto seguido se introdujo con su maletín negro dando las buenas tardes a las mujeres.
    -Vaya, vaya, veo que lo tienen  todo controlado por aquí. Muy buen trabajo.
    -¡Doctor! ¡No bromee, por amor de Dios! -le reprendió doña Amalia-. No sé qué pasa. ¿Va todo bien?
    -Hummm, veamos -dijo el doctor remangándose y metiendo las manos en una palangana que estaba en el tocador-. Bien, muchachita, veamos por dónde va la cosa.
    A Emma ese comentario le pareció completamente fuera de lugar y volvió a soltar un gran grito.
    -Señora -le dijo Teresa con voz seria pero dulce a la vez-, si cuando tenga ganas de gritar empuja con todas sus fuerzas será más fácil que salga.
    -Vaya, Teresa, estás hecha toda una comadrona. Para los próximos partos te avisaré para que me ayudes.
    -Doctor, no bromee y siga a lo suyo. Yo sólo sé lo que ya he visto muchas veces -dijo modestamente mientra apretaba fuerte la mano de Emma.

    Debieron de pasar más de dos horas desde que llegó el doctor. Los hombres ya estaban desesperados. Sólo oía gritos, llantos, voces de ánimo, y las pisadas precipitadas sobre la madera del suelo. De pronto don Arturo observó que todo estaba en calma. No se oía nada.Ni el llanto de un bebé. Siempre había creído que esos momentos terminaban con un llanto. Si no se oía indicaba... era algo... ¡Pero noooo, no podía haber ido mal! ¿Porqué no se oía nada...? No se decidía a abrir esa puerta. Aquel muro infranqueable. Se armó de valor y alargó la mano cuando la puerta se abrió. La doncella les dijo que podían pasar, pero que no hicieran ruido ya que tanto la madre como el niño estaban descansando.
    -¡El niño!¡Ha dicho el niño!¿Ha oído, señor Valdivia? -exclamó entusiasmado y atacado por los nervios don Arturo.
    -Si, muchacho, claro que lo he oído. Aún conservo muy bien el oído. Y ahora cálmate o no te dejarán pasar a ver a tu familia -repuso tranquilamente el señor Valdivia.

    Ya junto a la cama, se sentó al lado de Emma que sostenía en sus brazos al bebé dormido. Emma estaba agotada mas no podía cerrar los ojos con toda la emoción.
    -No se ha escuchado ningún llanto -dijo preocupado el recién estrenado padre al doctor, que estaba recogiendo su instrumental.
    -No falta que ha hecho, señor Quintana. El jovenzuelo que acabo de traer a este mundo ya ha venido bien despierto y respirando fuerte, así que no ha sido necesario azotarle. Está sano y fuerte -explicó con cara de sabiduría el doctor-. Es poco usual, pero no extraño. Un golpe menos que se llevará en esta vida.
    -Y tú, querida, ¿cómo te encuentras? -preguntó cariñosamente a su esposa.
    -Estoy agotada, pero muy feliz de haberte dado un varón.
    Don Arturo se inclinó sobre la cama y besó a Emma dulcemente sin preocuparse de todo el público que había en la alcoba.
    -Bueno, bueno, ya tendréis tiempo para eso más adelante, ahora hay que dejar descansar a madre e hijo -interrumpió doña Amalia-. Teresa, ¿has mandado llamar al ama de cría? Ya debería estar aquí.
    -Sí, señora. Está esperando en la cocina desde antes de que llegara el doctor. Ahora la mando subir. El pequeño estará hambriento.

     Todos fueron dejando la habitación y todos llevaban una cara de satisfacción por distintas causas, pero con un fin común: un nuevo nacimiento. Antes de que se despidiera el doctor, el señor Valdivia le invitó a fumarse un habano en el salón tomando una buena copa de coñac. Todo había sido un éxito.
    -Señor Quintana -dijo el doctor-, estará bien orgulloso. Su familia acaba de aumentar asegurándose un heredero varón y los negocios del ferrocarril marchan sobre raíles. Y si le añadimos a que tiene a una esposa bien bonita y de excelente familia... Las cosas no pueden irle mejor. Le felicito sinceramente.
    -Cierto, muy cierto. No tengo motivos para quejarme y sí para celebrar.
    -Y dime, Arturo, ¿para cuando crees que será la gran inauguración de la estación y de la línea? -preguntó don Esteban.
    -Para la estación definitiva... aún no se tiene fecha -respondió con preocupación don Arturo, pues los trabajos en las vías iban a buen ritmo, pero la estación que recibiría a los viajeros y los convoyes sufría serios retrasos, cambios de ubicación, falta de acuerdos y de liquidez-, pero la línea está casi terminada y a finales de este mismo año podremos viajar hasta el mismísimo Irún o hasta Madrid sin emplear varios días por esos pésimos caminos -terminó de decir satisfactoriamente.
    -Pero... ¿cómo es posible que vaya a llegar un tren a una ciudad como la nuestra y no pueda parar en una estación como Dios manda? -se extrañó el doctor ajeno a todos los problemas que conllevaba la empresa. Pero se quedó con la duda, pues en ese momento don Arturo, que no quería seguir con ese tema tan incómodo, le cambió de tema felicitándolo por su excelente trabajo. Para dar por concluida la conversación, le preguntó por sus honorarios y sacó la billetera.

    Había sido un gran día. Todos estaban exultantes de alegría. Pero a don Arturo, dentro de tanta felicidad, le comenzó a crecer una pequeña espina en su fuero interno. Estaba feliz por el nacimiento de su primogénito, pero aquel hombre que le había causado tanta alegría, a la vez le había traído una sombra a su pensamiento. Los negocios de la estación, del que él era uno de los socios mayoritarios junto con su tío, el señor Vega, no iban del todo bien. Habían invertido mucho más dinero del que se había estipulado en un principio y tardarían en ver los beneficios. Don Arturo se arrepentía de no haber invertido en las vías en lugar de los edificios, pero ya no tenia remedio.

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