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lunes, 26 de noviembre de 2012

Capítulo 19 - La gran inauguración


    Después de todos los inconvenientes con las demoras en los plazos, la falta de material y todos los problemas que conllevó aquella empresa llegó el gran día en el que el ferrocarril pararía en la ciudad y así se abría una nueva era en las comunicaciones terrestres de la comunidad. Pero para la familia Quintana-Valdivia no era eso lo único que les importaba. Lo que a don Arturo en realidad le angustiaba es que a pesar de haber logrado parte de sus objetivos no vería los beneficios en un largo tiempo. Además, a pesar de haber sido una "inversión segura", como le aseguró su propio tío el marqués de Vega, sus finanzas no iban nada bien. Aún vivían en la casa de los padres de Emma porque la falta de liquidez por la que estaba transcurriendo no le había permitido terminar la que se estaba construyendo más cerca del centro. Todo ésto le había provocado un estado de enfado permanente a don Arturo, y que no se esforzaba por esconder ni siquiera en presencia de sus suegros.
    Emma, como era natural, no sabía nada de los asuntos económicos y pensaba que aún seguían en "La Casa" (como la llamaban Blanca y Emma) por estar más cerca de su madre para que la ayudara con el bebé.

    Estaban todos en la pequeña estación improvisada para el gran evento. Las autoridades estaban en el centro del andén, flanqueados por los grandes socios inversores, entre los que estaban el marqués, su hijo y su sobrino, y a los laterales el resto de las familias respetables de la comarca entera. La gente menos adinerada se tenía que conformar con las afueras del edificio. También había muchos hombres de la prensa de todo el país. El pequeño reloj del andén estaba a punto de marcar las doce en punto, momento en el cuál estaba prevista la llegada del primer ferrocarril. Puntualmente (el verdadero trayecto lo hacían desde una localidad muy cercana precisamente para no arriesgarse a un retraso en ese gran día) llegó primero un intenso pitido que salía de una gran humareda de vapor que se acercaba por los raíles. Al oír aquel silbato los niños saltaron entusiasmados y las mujeres se taparon los oídos asustadas. Cuando quedaban muy pocos metros para que aquel monstruo negro que escupía un humo blanco mezclado con humo negro que salía de las ruedas, la banda de música comenzó a tocar dando la bienvenida entre los aplausos del gentío.

    Unas palabras del señor alcalde, felicitaciones entre los más influyentes con palmaditas en las espaldas, niños corriendo alrededor de aquel mastodonte y mujeres contemplando los atuendos de las vecinas y de las personas que se apeaban de los vagones era el ambiente que se respiraba además del fuerte olor a hollín. Pero Emma no estaba muy segura de lo que hacía allí. Quería compartir el éxito de su esposo, mas no le había visto desde que se bajaron de la berlina que les llevó a la estación. Aquel escenario la sobrepasaba y decidió buscar un lugar más tranquilo. En un lateral del edificio principal había otro que parecía un almacén. Se sentó en los banzos de una escalera apartada de la muchedumbre. Allí estaba tranquila con sus pensamientos ya que Teresa se encargaba del pequeño, y por primera vez en mucho tiempo pudo reflexionar sobre los grandes cambios que había visto en el hombre del que se enamoró como en las novelas románticas. Pasó un buen rato mirando unos cantos que había la tierra cuando vio unas botas negras parase al lado de sus zapatos.

    -Mmm, parece que tanta expectación no consigue animarla como al resto -dijo una voz que era de un caballero muy poco cortés al ni siquiera saludar y muy osado al hablar a una dama sola sin haber sido presentados.
    Emma levantó la mirada y se quedó embobada observando el rostro de aquel caballero sin principios.
    -Emmm...Yo...Buenos días... señor... ¿Montero?...
    -Muy buenos días, mi querida señorita Valdivia. No estaba seguro de que me recordara. Ha pasado mucho tiempo desde la primera vez que nos vimos, aunque yo no he podido olvidar su belleza -dijo al tiempo que se inclinaba haciendo una reverencia y levantando un poco su sombrero-. Al menos en esta parte no hace tanto calor como allí, entre todo ese gentío.
    -Yo... yo... -porqué no dejaba de balbucear y tartamudear a la vez, pensaba en su interior imaginando la cara de niña boba que se le pondría al hacerlo-. Sentía mucho bochorno y necesitaba respirar un aire más limpio. Con tanto humo... Y sí, tiene razón en que ha pasado mucho tiempo. Es más, me extraña que lo recuerde, pues apenas fueron unos pocos minutos en la calle.
    Emma cambió su expresión hacia una de reproche al recordar que la había dejado esperando una merienda y no pudo agradecerle el gesto que había tenido al arreglar su chatelaine, el mismo que ahora llevaba colgando de su cintura.
    -Lamento no haber podido disfrutar de su compañía aquella tarde, señorita Valdivia, lo lamento en lo más hondo, mas recibí un mensaje urgente de que mi padre se puso muy enfermo y debí partir inmediatamente. Espero que pueda perdonarme algún día.
    Al oír aquello Emma se puso en pie muy avergonzada y apenada.
    -¡Oh, señor Montero! No tenía ni la más mínima idea. La amiga de mi madre, su prima, no nos comentó nada acerca de su ausencia, tan sólo me entregó el mensaje que usted me envió. Me siento como una tonta por haber pensado mal de usted.
    -No se preocupe. Yo mismo les indiqué que prefería no decir el motivo para no alarmarles en exceso. Además, se recuperó satisfactoriamente. Pero me siento halagado por haber estado en sus pensamientos.
    -Pero... ¿qué le ha traído de vuelta? -Ruborizada, quiso cambiar de tema.
    -Ahora dirijo yo las gacetas y las revistas que dirigía mi padre por lo que estoy documentándome  sobre este gran momento que vive la ciudad.
    -¡Aaah! ¿Viene como reportero?
    Don Luis Alonso sonrió al escuchar eso.
    -No, exactamente no. Para ese trabajo he venido con dos reporteros. Yo vengo para hacer un trabajo más del tipo de investigación. Las preguntas y los artículos los escribirán ellos.
    -¡Por supuesto, que tonta! -Cada vez que Emma abría la boca se sentía más estúpida.
    -Ha sido un placer volver a verla. ¿Podría invitarles a usted y sus señores padres a una merienda en mi finca? Así podría resarcir la vez que no pude acompañarles.
    -Sería estupendo, señor Montero. Estaré encantada de aceptar. Y estoy segura de que a mis padres también les hará mucha ilusión. Esperamos, pues, el día que a usted le parezca bien.
    -Muy bien. Entonces les enviaré una invitación con mis señas a sus padres para este mismo viernes, si le parece bien. Le reitero una vez más que ha sido un enorme placer volver a verla, señorita Valdivia -dijo mientras le cogió la mano para besársela, pero apenas la rozó con los labios, y se retiró.
    -Lo mismo le digo.

    Y Emma se quedó observando como se alejaba volviendo al andén. En su mente resonaban sus palabras <<Es un enorme placer verla, señorita...>> ¡Señorita! No había caído en la cuenta. Durante todo ese rato estuvo tratándola como soltera y ella no le había sacado del error. <<Debí haberle puesto al corriente de las nuevas>> -pensó aterrada al comprobar la tontería que había cometido. Es más, él la había invitado a sus padres y a ella. No dijo nada de ningún marido. Y tampoco se podía presentar con él sin haberle avisado. Sería un momento muy embarazoso si tuviera que aclararlo en el momento de la visita. ¿Pero cómo lo haría?

    Estuvo un rato más de pie pensando en el problema que se había metido y no hallaba solución. En esos momentos, el tren que había sido el anfitrión de aquella mañana soltó un silbido más fuerte que el de la llegada, lo que sobresaltó a Emma sobremanera y fue lo que la despertó de su ensoñación. Ahora debía buscar a los suyos, pero vio que Blanca se acercaba hacia ella con Teresa. Debían de haber estado buscándola y al fin daban con ella. Las tres mujeres se dirigían ahora hacia el edificio de la estación donde los maridos de ambas iban a dar un pequeño discurso y después partirían hacia el Ayuntamiento donde el alcalde iba a celebrar una gran comida para celebrar tal acontecimiento. Aunque Emma parecía estar a muchos kilómetros de allí.

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