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jueves, 6 de diciembre de 2012

Capítulo 20 - Pensamientos

 
     Llamaron a la puerta de forma insistente y Joaquina la abrió con gesto contrariado, pues no aprobaba nada esas muestras de impaciencia. No le dio tiempo a pronunciar sonido alguno y una impulsiva Emma entró rápidamente por su lado preguntando si estaba Blanca en casa.

    -Señora Valdivia, no debería aporrear la puerta de ese modo y mucho menos perder esos modales que tanto les ha costado a sus padres que adquiriera -reprendió la mujer ante tal comportamiento-. ¿Acaso hay algún incendio?
    -Lo lamento, Joaquina. Y no, no hay incendio alguno que yo sepa, mas me urge ver a mi hermana. ¿Está en sus habitaciones?
    -La señora está tomando el sol en el porche trasero. Ha estado muy pálida y el doctor se lo ha recomendado. Solo espero que esas ocurrencias no manchen la piel de porcelana de la se... -No pudo terminar la frese y Emma ya se había dirigido hacia la parte trasera de la casa, dejando más furiosa a Joaquina.

    -Blanca, hermanita, que bien que estás en casa.
    Mas Blanca parecía no escuchar nada.
    -Blanquita, ¿te sientes bien? No tienes buen aspecto. Joaquina me dijo que te ha visto el doctor. ¿Qué te ocurre?
    Blanca la miraba ahora y Emma pudo ver que del rabillo del ojos la brotaba una pequeña lágrima.
    -Emmita, soy muy desdichada -Y la joven se lanzó a los brazos de su hermana rompiendo en un llanto ahogado.
 
    Después de que pudiera calmar su angustia, comenzó a relatar su pesar ante los grises ojos de Emma. Desde que había vuelto de su viaje de novios no había visto un día feliz en aquella casa. El servicio era correcto con ella y Joaquina, el ama de llaves, la quería de veras, pero su esposo... No sólo estaba distante con ella hasta el punto de ignorar su presencia, sino que era brusco hasta para... para buscar un hijo. Emma se escandalizó ante la franqueza de su hermana y no imaginaba como un matrimonio que llevaba menos de dos años casados podrían tener semejantes problemas. Además, continuó contando Blanca, está Marianne... Quizás ella sí le pueda dar un descendiente.

    -¡Pero Blanca! ¡Qué cosas dices! Si tu esposo es algo serio, ponte más amable con él y te buscará. Estoy segura de que desea un heredero pronto. Si tú se lo ofreces... -Emma no se creía lo que estaba diciendo a su propia hermana.
    -Emma, pequeña, no lo entiendes. Él me busca, yo me entrego, pero después de la primera pérdida... no he podido darle un hijo aún -Blanca retiró la mirada de la de su hermana para dirigirla hacia el suelo enlosado.
    -¿Pérdida? ¿Qué pérdida, hermana? -Emma no comprendía nada. Blanca había sufrido un aborto espontáneo a las pocas semanas de gestación y no se lo había dicho a nadie. Confiaba en que pronto volvería a estar encinta aunque todo se retrasaba ante la desesperación de don Leandro.

    Estuvieron en silencio un buen rato, hasta que Blanca se sintió más desahogada y preguntó a su hermana el motivo de la visita. Confiaba en que le contara alguna travesura de los pequeños o cualquier otra banalidad para poder olvidarse de sí misma por algún tiempo.
    -¡Ah, es verdad! Se me había olvidado lo que venía a decirte, y no es ninguna tontería pero no es tan grave como lo que me has confesado. Verás, Blanquita, tengo el siguiente problema: En la mañana de ayer, en la estación nueva, vi al señor Montero y conversé con él. Nos ha invitado a su finca a nuestros padres y a mí.
    -¿El señor Montero? ¿Don Luis Alonso Montero? ¿Y cuál es el problema? Me cuesta creer que vayas a tener problemas con ese caballero.
    -¿Le conoces? -preguntó sorprendida Emma.
    -De referencias. Sé que su padre es el dueño de un importante periódico en Madrid, y él ha adquirido la gaceta local. Quiere convertirla en una de las más importantes. También sé que está soltero y no me explico el motivo, pues varias familias muy influyentes han intentado que se prometa con alguna de sus hijas, pero él ha rechazado a todas, Debe de ser muy exigente. Pero, ¿cómo es que tú le conoces?
    -¡Vaya! Pues sí que estás informada, sí -dijo aún más sorprendida Emma-. Bueno, una tarde nos encontramos accidentalmente con una amistad de madre y él la acompañaba. Es primo del esposo de doña Isabel Blázquez y nos presentó. Madre les invitó a merendar pero él no se pudo presentar... Ayer le volví a ver.
    -¡Oh! Que pequeña es esta ciudad, está visto. Y me extraña su desplante. No es ese tipo de personas. ¿Pero cual es tu problema?
     Emma le comenzó a contar todo lo sucedido y la confusión en la que se hallaba. No veía la manera de salir del malentendido y esperaba que Blanca supiera aconsejarle.

    -Jajaja, ¡Ay, hermanita! Sólo a ti te pueden ocurrir estas cosas. Tienes que dejar de leer esas novelas extranjeras y románticas. Esto es la vida real -dijo Blanca de forma divertida-. Y si bien no es un problema grave, va a ser muy divertido ver cómo sales de ésta.
    La joven frunció el ceño y se cruzó de brazos algo molesta.
    -No le veo la gracia. Y tampoco veo la forma de salir como una honrosa de todo ésto. No es justo que te rías de tu hermana pequeña.
    Todavía con una gran sonrisa en el rostro, Blanca quiso aconsejar a su hermanita.
    -Bueno, Emmita, para serte totalmente honesta, el problema real que yo veo es que te cuesta decirle a ese caballero tan apuesto que ya estás fuera de su alcance por ser una señora casada y además con un recién nacido. No es nada malo sentirse así, es normal y en cuanto se lo expliques no va a haber mayor problema. Estoy segura.
    -¡Pero Blanca! ¡Cómo se te ocurre! No me avergüenzo de ser casada. ¿No entiendes en el problema que me he metido? ¿Cómo se lo explico a madre? Ella pensará que soy una boba... -exclamó Emma muy sonrojada. Avergonzada también por lo que podía pensar su hermana de ella y de ese caballero-. Nunca se me ha pasado por la imaginación nada de lo que aseguras, tenlo presente.
    -Hermanita... No te enfades, por favor. Quiero que veas que es una tontería. Nadie va a pensar nada malo de ti ni te van a ver como una boba. Símplemente no le des importancia y ya . Si no quieres que nadie note que algo te importa, mejor haz como que ni a ti misma te interesa el tema. Y cuando llegue la invitación asegúrate que no la vea Arturo, vas con nuestros padres y seguro que durante la velada tienes más de una ocasión para aclarar la situación de forma natural.
    -Bien, pero ¿y si la ve Arturo y observa que él no está invitado y además pone mi nombre con un "señorita" en la tarjeta? No es tan sencillo -protestó Emma.
    -Emma, le dices que es una antigua amistad que hace poco que ha vuelto a la ciudad y no está al tanto de las novedades. No es tan grave, créeme. Lo que yo voy a creer es que te ocurre algo más si sigues tan preocupada por esa nimiedad.
    -Está bien. No parece complicado -dijo Emma viendo al fin la salida.

Era más de media tarde cuando Emma regresaba a su casa. Estuvo pensando todo lo que habían hablado Blanca y ella aquella tarde. Cada vez que hablaba con su hermana descubría lo que tanto la habían advertido, que la vida no se parece nada a la vida de las protagonistas de las novelas, pero entonces, ¿qué podía esperar de la lectura? ¿Simplemente una fantasía? Ella no estaba dispuesta a renunciar a poder vivir algún apasionante capítulo de su propia historia, aunque cada día que transcurría lo veía más difícil que el día anterior. Además, aquella tarde al menos había encontrado una posible solución a su preocupación, aunque ahora tenía otra mucho mayor: su querida hermana había sufrido la pérdida de un bebé y no lo había hablado con nadie. Ahora se sentía  tremendamente mal al darse cuenta de que ella hacía lo posible para animar a Blanca a darle un primito para su pequeño Miguel. Llegó a casa con todo aquello alborotando su cabeza.

    Subió las escaleras despacio hasta su dormitorio. Sabía que tendría aún algo de tiempo ante de que llegara su esposo y podría escribir algunas líneas en su diario. Antes de sentarse entró en el cuarto del bebé, que estaba vigilado por Luisa. Se acercó a su cuna y le dio un beso en la frente. En susurro le dijo a la doncella que no se levantara, que iba a leer un rato antes de la cena y no necesitaba nada. Cerró la puerta y se sentó en su secreter. Sin pensarlo las primeras palabras estaban dedicadas a don Luis Montero. ¿Tendría razón su hermana al decirla que lo que la preocupaba era que él supiera que no podría... ? Pero ella no estaba interesada ya en ningún romance. No podía estar pensando en ningún hombre que no fuera su esposo. Ahora ya no podía pensar en nadie más que... en él... es decir, su esposo, eso es, se dijo para sí misma.

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