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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Capítulo 22 - Sentimientos olvidados


    Todo lo ocurrido la estaba sobrepasando desmesuradamente. No sabía ya dónde buscar las fuerzas que la empezaban a faltar. Cuando doña Amalia era una niña siempre imaginó su futuro rodeada de comodidades, con una buena reputación en la sociedad y rodeada de su familia que la llenaría de muchos nietos. Apenas acababa de comenzar la etapa de los nietos y todavía tenía dos hijos menores. Uno, Nicolás, recién enviado a la Academia Militar de San Fernando para realizar una carrera militar como su padre, y la otra, la más pequeña, hacía apenas una semana que había sido enviada a Madrid a una escuela de señoritas, la misma  a la que fue su hermana Emma. A pesar de tener dos nietos ya, se sentía tremendamente sola. No dejaba de dar vueltas al problema de Emma. Se vio a sí misma al descubrir que don Esteban tenía varias amantes. Y lo peor no era eso. Lo peor es que dejó de buscar fuera para hallarlo bajo el mismo techo. Fue entonces cuando dejó de creer en el amor. A pesar de tener todas las comodidades no sentía felicidad completa. por supuesto que sus hijos la colmaban de alegrías y se sentía llena con sus logros, mas no así como mujer. Pero ya se había acostumbrado.

    Todavía sentía una fuerza especial por su esposo. Le veía tan alto y elegante y distinguido. Se le respetaba mucho en la ciudad y siempre le pedían consejo en temas financieros. Ella también le respetaba, aunque el amor que creció durante muchos años fue apagándose poco a poco a medida que él aumentaba las visitas a sus amantes. Al menos le agradecía que fuera discreto. Ahora le veía como su compañero de viaje. Tenía muy claro que siempre estaría a su lado aunque ya no como una mujer.

    Con lo sucedido a su Emmanuela comenzó a revivir todo de nuevo: las sospechas iniciales, los celos, la negación ante las evidencias y el perder la cabeza hasta el punto que casi regresa a casa de sus padres, pero no lo hizo por los convincentes argumentos que le expuso su propio padre. Esperaba que a Emma no hiciera falta llegar e ese tema. Parecía que lo había comprendido. En cuanto a su yerno... ese era un tema a parte. Ya nunca jamás le volvería a tener confianza. No por haber sucumbido a un desliz estando a penas recién casado con su hija y con un bebé de meses, sino por haber sido tan imprudente en sus "fechorías". Con él debería tener una larga conversación el señor Valdivia. Además, ahora se sentía más vieja y sola. Nicolás había partido esa misma semana a San Fernando y ya no le vería en mucho tiempo; y su hija Ana María, la pequeña de la casa, también había comenzado sus estudios en la misma escuela que Emma. Había sido algo apresurado su ingreso en el centro, pero no quería que se la llenaran la cabecita de bailes y romances como le ocurrió a Emma.

    Todo lo que hacía doña Amalia era organizar a las criadas el día con las comidas, la recepción de alguna visita cuando las había, ocuparse del jardín y bordar después de la hora de cenar mientras Emma tocaba el piano. Ya ni siquiera sentía ánimos para tomar un café en el centro ni salía a pasear con su buena amiga Isabel. Que por cierto, el día de la inauguración les vio a ella y a su esposo en la estación pero no tuvo oportunidad de acercarse a saludar. Tendría que resolver aquel desaire involuntario <<Les escribiré una carta presentando mis disculpas y ofreciéndoles una merienda, eso es>> -pensó subiendo las escaleras. Prendió el quinqué de su boudoir, sacó papel del cajón y cogió la plumilla para escribir a su amiga y que por la mañana estuviera en el correo. Le gustó aquella idea, la de escribir una palabras a su amiga, eso la serviría para distraerse de las preocupaciones de ese día.

    Pero las palabras no fluían. Era algo sencillo: unas líneas para invitarles a su casa y enmendar el pequeño error, pero no conseguía poner dos palabras con sentido. Con un pequeño gesto de desilusión miró la negrura del cristal y sin fijarse en el patio demasiado distinguió dos figuras en la puerta del cobertizo. Se imaginó que sería el mozo terminando las labores del establo, mas no parecía hacendoso. Además, le acompañaba la figura de una mujer. De pronto vio que ella le cogía por el cuello y le besaba. No fue un beso breve. Era un beso de amor. De esos que se dan los amantes o los enamorados. Avergonzada apartó la mirada como si ella hubiera sido la descubierta, pero la pudo la curiosidad. <<¿Se habrían separado ya?>>. Echó otra mirada fugaz y comprobó que aún se besaban. <<¿No podrían hacerlo en un lugar más apropiado?>> -se dijo con un atisbo de cierto enfado.

    Hacía todavía calor a pesar de que el sol hacía tiempo que se escondió por el oeste. El beso ya no sólo era tal, ahora estaba fundido en un abrazo en el cual las manos de ambos no se quedaban quietas. Paseaban por todas las partes de los dos cuerpos. Doña Amalia estaba escandalizada, pero algo en su interior la instigaba a seguir contemplando aquella escena. El hombre, que lo más seguro fuera el mozo, dejó de besar en los labios a la mujer y bajó a su busto. La mujer parecía que disfrutaba de aquel encuentro. No se imaginaba como podrían encontrar placer de aquel modo. Lo encontraba algo sucio, inmoral y fuera de lugar a toda vista. Cuando el hombre se arrodilló doña Amalia decidió que ya había visto bastante. Corrió las cortinas y cambió de sitio la silla para alejarse de la ventana. Al volver la vista a su escritorio recordó para lo que se había sentado. Volvió a mirar el blanco papel que sólo ponía la fecha y comenzó a escribir a su amiga. La pausa que hizo mirando al patio trasero la sirvió para despejar su mente y pudo terminar la nota.

    Teresa entró para acicalar el largo pero escaso cabello de doña Amalia para luego trenzarlo como de costumbre. La encontró con el camisón ya puesto y supuso que estaría cansada. La consultó brevemente las tareas para el día siguiente y sin darla conversación de más la deseó las buenas noches. La señora Valdivia se quedó en la cama sentada por algún tiempo más. Pensando en todo lo que acababa de ver furtivamente e intentado darle un sentido, como a su carta. De pronto, algo en su interior femenino se estremeció. Al principio no reconoció ese cosquilleo, pero al analizarlo un poco recordó que hacía mucho tiempo que había sentido algo similar alguna vez.

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