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miércoles, 2 de enero de 2013

Capítulo 23 - Un corazón partido

    Estuvo mucho tiempo tumbada mirando al vacío, tanto que ya había comenzado a oscurecer. Sus ojos no terminaban de secarse de lágrimas a pesar de las horas que habían pasado. Daba vueltas a la escena que había presenciado una y otra vez, pero no conseguía pensar con claridad. De pronto, se sentó en la cama y como ausente se dirigió al tocador. Se sentó sobre el taburete y se contempló en el espejo. Al observar sus ojos rojos y la cara demacrada se quedó sorprendida. Pensó que si Arturo la viera de esa manera lo reprobaría y tendría más motivos para buscar a una mujer más bella. Esa idea la hizo reaccionar. Se secó las mejillas con el pañuelo, lo hizo con cuidado para no marcar más su piel. Se empolvó todo el rostro para esconder esas rojeces. Incluso se frotó un poco las mejillas para sonrosarlas y conseguir un aspecto más femenino. Después reparó en su cabello. Lo intentó arreglar, mas no conseguía domarlo. No tenia la maña de Luisa para el peinado pero no quería avisarla. Ya la había visto bastante humillada por un día. Así que decidió soltarse algunos mechones dejándolos caer sobre sus hombros y su espalda dando una imagen muy sensual. Pensó que quizás parecería una descuidada, pero al ver como caían sus ondas pensó que eran muy bonitas.

    Cuando su aspecto era más sereno bajó la mirada a sus ropas, ahora todas arrugadas y mal colocadas. Se dirigió al guardarropa. Tras buscar entre las prendas guardadas no encontró nada apropiado. no quería vestirse como para estar en casa ni mucho menos para la calle. Quería recibir a su esposo y debería estar cómoda. Eso la hizo recordar un juego de camisón y bata de una finísima seda y organza blanca que una amiga de su misma escuela la había regalado para sus nupcias, pero no lo estrenó al ver que era algo "osado" y demasiado transparente. Pensó que era el momento perfecto para ponerlo a prueba. Abrió el arcón que estaba al pie de su cama y buscó una caja celeste con adornos dorados y al hallarla sacó aquellas prendas sin poder evitar sonrojarse al ver el conjunto. Buscó también sus medias de seda y un corsé más acorde. Al intentar bajarse el vestido que llevaba tuvo tentaciones de llamar a Teresa o a alguna doncella para que la ayudara a desvestirse, pero no quiso que se hicieran ideas equivocadas. Aunque no iban a estar muy desencaminadas en sus pensamientos no quería que adivinaran lo que trataba de hacer. No estaba bien visto que una mujer coqueteara, aunque fuera a su esposo.

    Después de no poco esfuerzo, consiguió liberarse de su vestido. Se quitó la crinolina, se cambió también los pantalones y las medias; y se fue a cambiar el corsé por otro cuando se dio cuenta de que la camisa no era nada apropiada. No tenía alguna que fuera tan delicada como la del día de su boda ya que se la había entregado a Teresa para que arreglara un encaje que se había descosido. ¿Qué haría ahora? No podía desentonar con otra prenda. Decidió que no se pondría camisa y se colocó directamente el corsé sobre su cuerpo desnudo. Al principio se sintió algo ruborizada al sentir el roce y después la presión sobre la piel de sus senos. Y al apretarlo observó cómo sus pechos se hinchaban por el corsé. <<Sin duda, esta imagen le agradará>> -pensó con una sonrisa dibujada inconscientemente. Se sentía algo traviesa, pero descubrió que la gustaba esa sensación. Se puso la ligera bata encima y se miró frente al espejo.

    -Es casi como si no llevara ropa puesta -se dijo pensando en voz alta y contemplando a esa nueva Emma, voluptuosa y muy femenina-. Pero falta algo.
    Y se volvió hacia el tocador, cogió su perfumador y roció un poco su piel. Volviendo al espejo se dijo:
    -Ahora sí puedo recibirle -Y esperó sentada en la butaca, pensando en lo que le diría cuando la encontrara así ataviada-. No quiero que busque fuera lo que tiene bajo su propio techo.

    Pasó un buen rato desde que comenzó a prepararse y casi cae en un sueño cuando sintió unos pasos subiendo por la escalera. Enseguida reconoció que eran los de Arturo y un momento después oyó que decía a alguien que no tenía apetito y preguntó por Emma. A ella se le aceleró el corazón y también oyó como decía que la daría las buenas noches y se retiraría a descansar, que estaba agotado. Emma se puso de pie y simuló estar haciendo cualquier cosa en el arcón para que él la hallara entretenida en otras tareas. La cara de sorpresa que simuló la quedó muy creíble, pero más auténtica fue la de Arturo al esperar a su esposa sumida en un tranquilo sueño y verla con esas telas tan vaporosas.

    -Emma, querida, ¿estás dor...? -Don Arturo no pudo terminar la frase al contemplar aquella imagen tan vaporosa.
    -¡Ah! ¡Qué susto me has dado, cariño! Por un momento creí que mi padre o alguien de la casa entraba. Debes llamar a la puerta antes de entrar... -regañó suavemente a su esposo ante su "atrevimiento".
    -Pero... pero..., ¿qué haces así vestida? o debería decir desvestida -dijo atónito sin poder dejar de mirar como sobresalían los pechos de Emma por encima del corsé.
    -Estaba revisando lo que había guardado en este arcón y encontré este regalo de una amiga. No lo recordaba y pensé en ponérmelo para ver como me sentaba. ¿Qué te parece? -le preguntó con una vocecita inocente mientras se contoneaba y giraba para que la viera por todas partes-. Pero no me mires así, que me da vergüenza.
    -Muy... bonito... pero tápate, anda -Y se acercó para cubrirla con la bata que llevaba colgando de uno de sus hombros. Al acercarse pudo percibir el aroma de su piel perfumada. Eso, unido a la visión de su mujercita tan ligera de ropa, hizo que algo en el interior de su pantalón comenzara a cobrar vida propia. Y con un acto reflejo acercó su nariz al apetecible cuello que se mostraba ante él rozando aquella delicada piel. Se sentía embriagado por toda aquella escena y no podía evitar caer en el deseo por el que estaba siendo llamado.
    -¿No te gusta verme así? No era mi intención ofenderte. No sabía que entrarías. Si no me hubiera puesto algo más apropiado... -No pudo terminar por que la boca de Arturo estaba recorriendo su cuello y eso la provocaba un estremecimiento que no podía controlar.

    Arturo la rodeó con sus brazos sin dejar de besar su cuello. Muy suavemente al principio. A Emma se le aceleraba la respiración. El deseo que comenzaba a sentir hacía que se le olvidara que horas antes había descubierto que se veía con otra mujer. Pero ahora quería ser ella quien se lo robara a aquella desconocida. Él la apartaba los largos mechones del ondulado pelo y contemplaba la piel que lucía por debajo de la gasa. Emma cerró los ojos y se dejó llevar. Sentía el calor de las manos que tocaban todo su cuerpo, desde su cadera, subiendo por la cintura y llegando a su busto. Sintió una incipiente pasión que por un momento quiso frenar cuando Arturo empezó a tocar su pecho, mas al esperar pudo comprobar que era muy placentero. También podía notar que a su esposo le parecía muy placentero. Estaba muy apretada contra su cuerpo. Sentía deseos de besarle, así que se dio la media vuelta para buscar sus labios. Tuvo que abrir los párpados para encontrarle, pues aunque avanzaba en su busca no se topaba con él, cuando al hacerlo vio que Arturo había vuelto su cara para evitarla. Se quedó esperando su beso mas no llegó.
 
    -Emma -dijo con voz seca y algo cortante-, ¿qué pretendes? Ya tenemos un varón y además es aún un bebé. ¿Acaso tu madre te ha metido la idea de otro hijo en la cabeza?
    Emma se quedó sorprendida al notar su tono. Decidió no darle importancia y quiso seguir jugando.
    -Nooo, tontito. Nadie me ha metido nada en la cabeza. Solo quiero ser complaciente. No busco que tengamos otro bebé ahora, pero ya sabemos como vienen. Bésame... -dijo mimosa juntando los labios.
    -¡No me llames tonto! ¡Y no pienso besarte! Ahora no vamos a tener otro hijo así que no veo porqué tienes que complacerme -La separó casi bruscamente al darse cuenta de sus intenciones y salió de la alcoba de Emma, dejándola entre frustrada, dolida, desilusionada e incrédula con lo que acababa de suceder-. Y no me gusta ver que te vuelves una mujer vulgar.
    -Yo no buscaba un hijo... buscaba un hombre... buscaba a mi esposo... -le dijo sollozando mientras veía como salía con un aire muy cruel.

    No podía comprender lo que había fallado. En qué momento se había vuelto todo al revés. Todo era perfecto y un minuto después parecía lo peor del mundo. La había tratado con tal desprecio, como si de una cualquiera se tratara. No entendía nada, pero sobre todo había algo que no la cabía en el entendimiento, y era que ella por querer estar con su esposo buscaba un hijo, pero si él buscaba los besos de otra mujer... Se echó a llorar. Creía que podría recuperar a su marido y todo salió al contrario. ¿Tendría que sentarse a esperar a que pasara su vida? ¿O a tener otro hijo para poder recibir el amor de su esposo? No quería resignarse ante esa idea tan horrible de su futuro. Se quedó bastante tiempo más arrodillada y llorando sobre el arcón del que sacó aquellas prendas tan finas y que ahora veía como algo pecaminoso. Se quitó la bata, la hizo una bola con rabia y la metió dentro cerrando de golpe. <<¡¡Nunca más saldrás de aquí!!>> -dijo con furia.

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