Idiomas

miércoles, 23 de enero de 2013

Capítulo 25 - De caballero a caballero.


    Don Arturo salía cada día muy temprano de la casa, aunque no le llevaba más de veinte minutos el camino hasta el centro a paso lento. Se paraba en casa de su tío, el señor Vega, para ver como encauzarían el día que se presentaba en el despacho. Lo hacían en la casa de don Leandro para así poder hablar con más tranquilidad de los asuntos que ambos llevaban del ferrocarril y lejos de oídos ajenos. Don Arturo le confiaba todo a su tío. Él había sido como un padre para él desde que el suyo falleció repentinamente, hace ya quince años y también perdió a su madre al poco tiempo de nacer, tras una pulmonía mal curada. Cuando don Leandro le propuso invertir en el negocio del ferrocarril, don Arturo no lo dudó, pues siempre se dejaba asesorar por su tío.

    -Que bien que ya hayas llegado, Arturo. Pero, ¿no es algo temprano aún? -preguntó don Leandro cuando vio entrar a la señora Joaquina seguida de su sobrino.
    -Buenos días, tío. Sí, aún no es la hora, pero no soportaba un minuto más en esa casa...
     Don Leandro le hizo un gesto para que callara hasta que estuvieran solos. Cuando Joaquina salió tranquilamente del despacho del señor Vega, éste le animó a seguir hablando.
    -Pero dime, sobrino, ¿ya se terminó tu dulce luna de miel para que salgas huyendo? -dijo al tiempo que ponía una risita burlona.
    -No se rías, tío. Además, usted mejor que nadie debe conocer por el trance que estoy pasando. Hace también poco tiempo que desposó a mi cuñada, así que debe saber lo pesadas que se ponen desde la hora del desayuno -se quejó don Arturo con mirada fastidiada.
    -Lo mío es diferente -atajó don Leandro-. Si mi esposa me hubiera dado ya un heredero al menos tendría algo de respeto por ella, pero no sirve ni para darme un vástago. Siempre está con esa mirada lacónica y suspirando entre sus libros. ¡No la soporto más! Pero, dime, ¿cuál es tu motivo de queja?
    -Yo podré tener un hijo, pero Emma no se conforma con eso, quiere más y se propone engatusarme como una ramera para llevarme a la cama.
    -¿Qué? ¿Tu dulce e inocente Emma una buscona? -espetó su tío soltando la taza de café de golpe sobre la mesa-. No puede ser, no me imagino a tu mujercita en plan cabaretera barata para que aumentes la familia -rió al fin don Leandro-. Ya podía hacerme un numerito así la mía y no tendría tiempo de aburrirme.
    -No lo entiendes, tío -dijo don Arturo frunciendo el ceño y con una voz seca al ver que su tío lo tomaba como algo divertido-. No me casé para divertirme con mi esposa. Mi principal objetivo, como tú me aconsejaste, era obtener los contactos y la confianza del señor Valdivia una vez que tú ya habías conseguido el compromiso con su primogénita. Así reforzaríamos nuestras finanzas. Eso ya está conseguido y, con mi heredero, asegurado. Pero no estoy dispuesto a mantener más bocas y repartir entre más cabezas mi fortuna. Cuando la conocí, no imaginé que tuviera esas ideas en su cabecita. Parecía tan ingenua... Me gustaba así, ignorante.
    -Sí, lo sé. Pero eso no quita que te diviertas con tu mujer.
    -Tío, yo me divierto, eso te lo aseguro -añadió con una mueca sarcástica don Arturo-. pero con una señorita más..., ¿cómo lo diría?, más activa e imaginativa.
    -Bueno, eso no está nada mal. Podrías enseñar a tu mujercita lo que te gusta, aunque sigas divirtiéndote fuera de casa -le aconsejó el tío.
    -¡No! Definitivamente no. Me resulta muy desesperante tener que enseñar a una mujer cómo darme placer. Prefiero a una que ya lo sepa. Lástima que no posean también los títulos o el poder para poder desposarlas. Pero debemos dejar ya la cháchara, se nos hace tarde -apremió don Arturo para terminar con esa conversación que se estaba volviendo incómoda, pues aunque le gustaba alardear de sus conquistas en la cama no así el justificar su falta de deseo hacia su propia esposa.

    Una vez en el coche que les llevaría hasta la Junta del Ferrocarril trataron algunos de los temas que se presentaría en la sesión de esa mañana. Lo que al señor Vega le recordó la visita que tenían concertada para aquel mismo viernes.

    -¿Te habrá dicho Blanca que nos esperan el viernes en la casa de los Montero-Blázquez? -preguntó don Arturo sin apartar la vista de la calle.
    -Sí. Pero no pienso asistir. Y tú tampoco irás, sobrino.
    -Pero, ¿cómo piensas eludirlo? No es una simple merienda entre vecinos y no podemos salir con alguna pobre escusa.
    -Sencillo, mañana mismo salimos para Aranda por el tema de las traviesas. Les enviaré una nota disculpándome cortésmente por tener que atender un problema inesperado en el suministro. y necesitaré a mi hombre de confianza al lado, por supuesto -le dijo con una mueca de preocupación fingida.
    -Muy bien. A mí tampoco me apetecía acudir, aunque tampoco le veo el inconveniente a la cita.
    -Verás querido sobrino ingenuo, el problema no son los Blázquez. Buenos vecinos, buenas personas; el tema es con ese Montero, el primo del esposo.
    -Ese tal... Alonso Montero, creo que se llama. Es periodista y nos puede beneficiar que nos de publicidad con la línea.
    -Luis Alonso Montero es más que un simple periodista. Es el propietario de un periódico en Madrid que fundó su padre, y aquí ha adquirido la gaceta y ahora la dirige él. La publicidad estaría muy bien si fuera un simple reportero, pero puede descubrir de donde viene nuestra línea de crédito y a los ingleses no les gustaría nada que alguien supiera que están involucrados. ¿Entiendes ahora porqué no debemos ir a merendar? -preguntó al final con un tono irónico.
    -Sí, claro. Visto así.

    Ya estaban muy cerca de la calle principal y pudieron observar que había ya mucho trasiego de carros, caballos, hombres y algunos alguaciles. Se preguntaban qué estaría pasando. Normalmente esas horas eran muy tranquilas y sólo se veían a los miembros del ayuntamiento o a los altos cargos de las empresas que por esa zona se concentraban a parte de los vendedores en sus puestos o con sus carromatos trasladando las mercancías que venderían en el mercado cercano. Aquello que estaban presenciando era inusual, y don Leandro se empezaba a inquietar.

    -Pero... ¿Qué demonios está ocurriendo aquí? ¿Acaso se ha levantado una guerra?
    Un vecino, que estaba observando todo desde una de las columnas de la calle, al oír la voz angustiada de aquel desconocido le respondió
    -No señor, pero si no se soluciona pronto el problema del comercio extranjero puede acabar en una guerra, no lo dude -Y se marchó en dirección opuesta, evitando el tumulto que ya estaba más calmado.

    -Tío, esto debe ser una revuelta para protestar contra los permisos que ha concedido el gobierno a los comerciantes extranjeros que se asientan en la comunidad. Los vendedores locales se oponen. Ya han habido revueltas similares por toda Castilla. Esperemos que no llegue la sangre al río.
    -Ya me temía que fuera eso. Seguiremos por la parte de atrás. Esperemos que ésto no afecte a la sesión de hoy. No sería bueno que influyera subiendo el precio de los materiales -añadió don Leandro volviendo a sentarse en el asiento del coche-. Nos espera una jornada turbulenta, me temo.

2 comentarios:

Dubois dijo...

Muy lindo blog el suyo también Mme, deberé pasar por aquí mas seguido y tratar de leer desde el principio toda la historia!
Saludos!

La Autora dijo...

Muchísimas gracias, monsieur. Será un placer recibirle. Ahora lo tengo un poquito parado, pero estoy deseando publicar el siguiente capitulo.