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martes, 16 de abril de 2013

Capitulo 26 - Entre cerezos

 

  Llegada la tarde del viernes en la que iban de visita a la finca de su amiga, doña Amalia estaba de lo más ofuscada y lo hizo más patente al subir al coche con sus dos hijas mayores.

    -¡Parece mentira! ¡Pero que desfachatez! ¡Aún no me puedo creer que nos hagan ésto! -protestaba la madre ante los serenos semblantes de sus hijas y del cochero.
    -Madre, procure tranquilizarse -intentaba calmar Blanca-. No es para alterarse tanto.
    -¿¡Que no!? Pero bueno, niña, ¿no ves en la situación que nos han puesto los hombres de esta familia? Y en el conjunto incluyo a tu señor padre. ¿Qué va a pensar mi amiga de mi familia? -se lamentó doña Amalia expresando toda su indignación por la ausencia de los maridos de las tres mujeres-. Quedaremos como unos informales, unos impresentables, no querrá presentarnos a sus amistades por miedo a que les desplanten, ¡y con razón!
    -Pero madre -dijo Emma sentándose delante de ella-, usted no es la responsable de que hayan tenido problemas en los negocios y no puedan acudir junto con nosotras; además, así estaremos más tranquilas hablando de nuestras cosas.
    -¿Ah, si? ¿Nosotras has dicho? Parece que se te olvida que también estará don Luis Alonso Montero y se verá obligado a atender a cuatro cacatúas hablando de la última moda que ha traído la señora Guzmán del norte. Vamos, de lo más interesante para el pobre caballero -seguía refunfuñando la madre.

    Y era cierto, Emma no había caído en la cuenta. El señor Montero pasaría una tarde de lo más aburrida entre tanta mujer y buscaría una escusa para liberarse en su despacho o refugiarse en un libro, por lo que no podrían disfrutar de su compañía. La verdad es que no había entablado conversación con él, pero le parecía una persona de lo más interesante. Así que durante todo el camino no pudo cambiar el gesto de desilusión, alimentado por las constantes quejas de su madre.

                                  * * * * *

    Apenas se veía el edificio entre toda la arboleda de manzanos, cerezos, almendros y algún ciruelo que se encontraban nada más cruzar la verja. Antonio, el mayoral, era un hombre con aspecto bonachón y de gran tamaño. Sin duda, su fuerza vendría muy bien en las labores del campo. Les dio una amena conversación mientras las acompañaba hasta la casa a lomos de un negro caballo. Una vez en el interior, les recibió doña Isabel, contentísima de ver a su amiga en su casa, y el señor Montero, en actitud firme mas con un rostro afable saludó a las señoras con una leve inclinación mientras les sostenía la mano.

    -¡No sabes lo contenta que estoy porque hayáis venido, Amalia!
    -Es todo un placer recibirlas en la casa -dijo muy cortés don Luis.
    -El placer es nuestro -dijeron ambas hermanas al tiempo, sonriéndose al darse cuenta de la coincidencia. Emma se quedó mirando cómo acercaba la mano su hermana para ser besada, pero sin llegar al roce. Ahora que estaba casada debería comportarse como tal, así que imitó a su hermana cuando fue su turno, pero un movimiento mal calculado por ella hizo que su mano terminara por rozar los labios de don Luis. Al sentir el suave beso en su piel a través del fino encaje de sus guantes hizo que Emma sintiera un escalofrío que la recorrió la espalda. El señor Montero la miró a los ojos en ese mismo instante, lo que hizo que terminara por ruborizarse más.
    -¡Oh! Que recibimiento, amiga. No merecemos tantos honores, y menos después de haber llegado sin parte del grupo que íbamos a ser -se lamentó doña Amalia al tiempo que apartaba algo avergonzada la mirada.
    -No te angusties, amiga -dijo doña Isabel haciéndolas pasar hasta el salón-. Lo primero son las obligaciones. Ya habrá más oportunidades de realizar otra merienda o cena, incluso.
    -Eres muy amable, Isabel, pero tu invitado... se sentirá un poco...
    -No se preocupe por mí -intercedió don Luis-. Para mí será un auténtico placer poder disfrutar de su compañía y de la de sus dulces y encantadoras hijas. Estoy completamente seguro de que no permitirán que me ensimisme ni un instante.
    -Pero que galán más atento es usted, don Luis -dijo con una sonrisita doña Amalia.

    Primeramente tomaron asiento y una doncella les acercó una copa de limonada fresca para que se refrescaran del calor del camino. A continuación pasaron por la casa para ver todas sus estancias. Don Luis iba en último lugar, detrás de Emma, sin prestar atención a las explicaciones de su prima, pues ya conocía toda la casa. Pero Emma no conseguía centrarse en dichas explicaciones. Sentía la mirada de don Luis detrás de ella, justamente como si la mirara el cuello, y eso la hacía sentir algo desorientada, como una chiquilla inexperta. Aunque pensándolo bien, eso mismo era. La comitiva se detuvo en uno de los cuartos que no usaban mucho y doña Isabel comenzó a narrarles no sé qué historias y los usos que tuvo dicha habitación. Emma esperó en el corredor, apoyada sobre el marco de la puerta. Don Luis se quedó para hacerla compañía. Emma no le miraba a la cara. En cierto modo se sentía intimidada por él, por su presencia; lo que le recordó que le debía una aclaración.
 
    -¿No pasa al interior? Se perderá muchos detalles ineresantes -Emma miró hacia la habitación donde estaban su madre y su hermana atendiendo a doña Isabel.
    -Emmm... hace algo de calor y seríamos muchas personas en ese cuarto... pero desde aquí escucho bien a doña Isabel.
    -Me alegro de que al fin podamos tomar esa merienda que quedó pendiente hace ya algún tiempo -dijo don Luis situándose algo más cerca de Emma.
    -Yo también. Eso me recuerda algo, verá, la última vez que nos vimos... -don Luis la miraba de una forma muy dulce, semi apoyado en la pared al lado de ella, y con la otra mano detrás de la espalda. Emma le miró para darle la explicación y reparó en su boca, que en ese momento estaba algo entreabierta-, no sé porqué, bueno, sí, porque no surgió el tema, el caso es que debí decirle que...
    -¿Que se había desposado? No hay porqué disculparse, ni lo tomé a mal, ni estaba intentando cortejarla -dijo con una expresión algo divertida que molestó a Emma.
    -¡Sí, eso mismo era! ¿cómo lo sabe? Y por supuesto que en ningún momento me sentí... cortejada por usted, de lo contrario esté seguro de que hubiera provocado tal oportunidad, pero me llamó "señorita"... -dijo con algo de enojo por el atrevimiento de aquel hombre-. No fue un comportamiento adecuado por mi parte y creo que debía disculparme por mi torpeza, así que ya estoy más tranquila -aunque por dentro la comía un fuego que no alcanzaba a comprender-.
    -Usted no sería capaz de hacer o decir algo inadecuado, señora Valdivia -el "señora Valdivia" la retumbó en todo su interior como un gran cañonazo-. Y no debe darle más vueltas a ese asunto tan nimio, no ha ofendido a nadie. Además, aquella misma tarde supe de su reciente enlace justo después de charlar con usted, pues el señor alcalde, muy cortésmente, me puso al corriente de todas las novedades que acaecieron en mi ausencia, entre ellas las de las nupcias contraídas en su familia.
    -Pero habrá pensado lo peor de mi... -insistía Emma mirándole de nuevo y encontrándose son su mirada.

    Don Luis puso uno de sus dedos suavemente en sus labios para que no siguiera con sus quejas, gesto que hizo el fuego interno de la muchacha más intenso al rozarla, y de sus labios dejó escapar un leve susurro a modo de pedirle silencio. El corazón de Emma palpitaba como si se fuera a salir de su cuerpo y un desconocido deseo por aquel hombre comenzaba a aflorar en sus sentimientos. No hizo ademán alguno para rectificar aquella situación. No quería hacer movimiento alguno que cambiara la posición de alguno de los dos. Quería quedarse así, cerca de don Luis y con su mano en su boca, por tiempo indefinido mas el momento fue interrumpido por las voces que salían por fin del cuarto y los pasos que se encaminaban al corredor donde ambos se encontraban.

    El grupo de mujeres hablaban alegremente del buen gusto de la decoración y no se percataron que Emma no había estado presente, pero sí del color de su rostro, que adquiría distintos tonos rosados.
    -Emma, ¿te encuentras bien, hija? -le preguntó su madre preocupada tocándole la frente.
    -En ese cuarto hacía mucho bochorno al ser tan pequeño y estar tan lleno -se apresuró a excusar don Luis-, así que la ofrecí mi compañía en el pasillo hasta que se repusiera.
    -Que atento, Luis. Eres un encanto de persona -dijo doña Isabel al ver las atenciones que ofrecía a la hija de su amiga-. La culpa es de la doncella por no abrir el ventanal por las mañanas cuando aún hace algo de fresco. Así que vayamos al jardín a tomar un té bien frío. Bajo los cerezos se está de maravilla a esta hora.
    Doña Isabel cogió del brazo a don Luis y encabezó la marcha por las escaleras, seguida de su amiga doña Amalia. Las dos hermanas se quedaron algo rezagadas.
    -Emmita, querida, ¿qué te ocurre?
    -Nada, hermanita, un golpe de calor, como ya ha dicho el señor Montero.
    -Pero tú no sufres de ese mal, ¿qué te lo provocó? Y menos mal que estaba don Luis cerca para atenderte.
    <<Sí, menos mal, -pensaba Emma- pero qué lástima que hayáis aparecido tan pronto>>. Vamos, Blanca, que todos están en el jardín ya. -Y Emma salió corriendo tirando del brazo de su hermana para que se apresurara.

    Entre la arboleda era verdad que se estaba muy bien. Corría una leve brisa que aligeraba el seco calor de la meseta. Las ramas de los frutales se mecían lentamente, como si no tuvieran prisa, y el cielo presentaba un azul intenso sin la pista de una sola nube. Doña Isabel estuvo narrando las transformaciones que había sufrido la casona y las historias más sorprendentes que habían escuchado de la familia.
    -Si os parece asombroso lo que cuento, tendríais que escucharlo de las boca de mi Dionisio. Él sí que sabe expresar toda la emoción que esconden estas viejas paredes.

    Pero Emma no podía pensar en las paredes, ni en el cielo, ni en los preciosos árboles que les rodeaban; tan sólo recordaba el tacto de los dedos en sus labios. Y esa mirada que aún ahora sentía en sus pupilas aunque él estuviera mirando a otra parte. Sentía su respiración tan cerca. <<¿Qué hubiera ocurrido si no nos hubieran interrumpido? -se preguntaba Emma contemplando la florecilla que había caído sobre su falda pero sin observar su belleza, tan sólo rememorando-, ¿me hubiera besado?...>>

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