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sábado, 4 de mayo de 2013

Capítulo 27 - Rumores

    El señor Valdivia estaba tomando una copa de coñac con su buen amigo don Manuel en el Círculo Recreativo. Se alegraba de poder pasar un rato tranquilo fumando uno de esos habanos que el licenciado trajo de su último viaje. Y por una vez no estaba rodeado de alguna mujer. Estuvo algo preocupado pensando en el desplante que había hecho a la prima de su esposa, pero se le pasó enseguida.

    La charla era de lo más amena sobre las últimas novedades en las técnicas de exportación que habían llegado de Gran Bretaña. Sin duda, revolucionaría los precios en todo el país y se sacarían más beneficios. Don Manuel sacó el tema de su yerno al señor Valdivia.

    -El esposo de tu segunda hija parece un buen muchacho, Esteban. Lástima que no tenga beneficio propio, aunque puede contar con su tío, claro -señaló don Manuel.
    -Yo no "casé" a mi hija. Estaban enamorados y él viene de una buena familia. Y su bienestar no corre peligro, Manuel. Está metido en el negocio del ferrocarril. Es una inversión segura, aunque... me preocupa algo ese inconveniente que ha surgido con la entrega de los materiales. Seguro que supone un incremento en los costes -apuntó Valdivia.
    -¡Bah! Don Leandro de Vega es un gran inversor y no creo que tenga problemas económicos por ello.
    -Eso espero, Manuel, eso espero. Arturo es el avalista y si algo va mal...
    -No se dará el caso, ya lo verás. Y deja de preocuparte. Vamos a disfrutar este excelente licor -dijo don Manuel levantando la copa para animar a su amigo-. Hoy invito yo. ¡Mozo! Otra copa.

    Pero al señor Valdivia comenzó a intranquilizarle esa idea. No se terminaba de fiar de la familia Vega. Antaño tuvo algunos roces con el padre de don Leandro y su hijo había heredado la falta de escrúpulos de su progenitor. Ahora seguro que hacía lo mismo con su sobrino. Lo peor era que podía involucrar a sus dos hijas, por lo que el que estaba en peor situación ere él mismo. Intentó apartar esa idea de sus pensamientos, sin lograrlo. Vieron a unos amigos al fondo de la barra y decidieron acercarse a saludar. Cogieron sus copas y saludaron a los tres hombres que seguramente serían de la misma quinta. Después de las muestras de afecto el grupo continuó con su conversación, que se quedó a medias.

    -... Es un secreto a voces. Y no se lo podemos consentir de ninguna de las maneras -comentaba el caballero de la derecha-. Es injusto que los extranjeros se lleven la gloria por nuestro esfuerzo.
    -Como las cosas continúen así se va a desencadenar una guerra. Tenemos que luchar por lo nuestro -añadía el que estaba apoyado sobre la barra.
    -Pero... ¿Qué es lo que ocurre? -preguntó el señor Valdivia al ver que continuaban con su conversación y que tenían expresiones de angustia mezcladas con enfado.
    -¿No lo ha oído, mi buen amigo? -dijo el primero dirigiendo su mirada al señor Valdivia-. ¡Los ingleses se quieren apoderar del mundo! Y van a comenzar con la vieja Castilla. ¡No lo podemos consentir!
    -¡Ah! Bueno, no creo que se quieran meter en una guerra ahora. ¿Contra quién se enfrentarían? -añadió don Manuel tranquilamente.
    -No, no lo entiende. No se trata de una guerra, sino de apoderarse de los recursos ajenos -inquirió el tercer hombre, que se mantenía en una posición más retrasada.
    -No creo que la Reina Victoria permita a sus lores convertirse en meros ladrones -rió don Esteban-. Además, todos saben lo educados que son ja ja ja -bromeó.
    -¡No es para tomarlo a broma, mi estimado Valdivia! -dijo muy serio el segundo caballero-. Nosotros estamos construyendo un país con el sudor de nuestra gente y el dinero de nuestras bolsas para que vengan esos estirados a llevarse nuestros frutos. Además, el ferrocarril es para que prospere este país, no otros.

    Al oír esas palabras, al señor Valdivia se le atravesó el estupendo licor en la garganta y se quedó pálido.
    -¿El... ferrocarril... dice usted? ¿Qué ocurre con él...?
    -¿¡Pero es que no lo sabe, hombre!? -Se enderezó para explicar lo que sabían hasta el momento, a pesar de ser poco-. Los ingleses se han metido en el ferrocarril con sus créditos para apropiarse de los beneficios de las futuras líneas. Pero además lo hacen en secreto para que no les nieguen las obras a los compinches que tienen aquí, infiltrados.
    -Sinceramente, caballeros, creo que están exagerando -tranquilizó don Manuel-. Mi buen amigo tiene conocidos en el ferrocarril y les puedo asegurar que sabríamos algo de alguna conspiración de ese calibre.

    En ese instante, el nudo de la garganta que tenía Valdivia se hacía más grande.
    -Si hubiera rumores de sabotaje o conspiración por parte de los ingleses estén seguros, estimados caballeros, que lo sabría -dijo para convencer al resto, pero sobre todo para convencerse a sí mismo-. De todas formas  hablaré del asunto con mi yerno. Deberá estar prevenido ante los acontecimientos. Ahora, si me disculpan, debo retirarme.

    Se acercaba la hora de la cena y se le había hecho tarde en el café. Don Esteban se apresuró a por su sombrero y animó a su amigo a que continuara con la reunión. En realidad le interesaba conocer lo que pudieran añadir tras su marcha y su amigo le podría poner al corriente al día siguiente. Durante todo el camino fue muy pensativo. Como las mujeres de la casa habían necesitado esa tarde el coche, don Esteban tuvo que ir en el coche de su amigo hasta el centro, pero no quiso coger un coche de alquiler para regresar a su casa caminando y tomar un poco de aire fresco que aclarara sus ideas. Le llevaría más tiempo llegar y seguro que se ganaba una buena regañina de la señora Valdivia, pero en esos momentos carecía de importancia si lo que había escuchado en el Círculo era cierto. No dejaba de darle vueltas. El tema era grave y le podía involucrar directamente a él y a su familia sin haber intervenido, al menos directamente.

    Cabía la posibilidad de que simplemente fuera un rumor malintencionado para crear problemas en la continuación de las obras, pues no toda la población veía con buenos ojos aquellos caminos de hierro. Para muchos suponía perder campos con buenas tierras para el cultivo; otros pensaban que su tranquilidad acabaría con la llegada de extranjeros, y algunos creían que aquello era obra del mismísimo Demonio. Fuese por lo que fuese, estaba claro que no podía tomar aquel asunto a la ligera y además debía andar con pies de plomo. Y lo más complicado iba a ser intentar descubrir la verdad. No quería mezclar a sus hijas en ese asunto tan desagradable, pero no le quedaba otra opción. Sabía que podía contar con ellas, aunque por ahora no les alertaría.

    Se percató de estar llegando a su casa cuando unas ventanas iluminadas en la planta baja de una casona  llamaron su atención por lo temprano que estaban encendidas, aún se podía aprovechar la claridad que había. Se trataba de la casa de los Vega. Se detuvo antes de llegar al portón del jardín. Hizo un vago ademán de empujar la pesada madera. ¿Pensaba entrar? ¿Para qué iría a la casa de nadie a esas horas y sin avisar antes? Resultaría sospechoso, sin duda, mas ¿qué era el auténtico motivo que le detenía? No perdió más tiempo. Ya era la hora en la que todos estarían cenando, en su casa le estarían esperando y raro sería que no encontrara caras largas por las horas que eran. Y además, ni don Leandro de Vega ni su sobrino se encontrarían ese día en casa. Así que se colocó bien su sombrero bajando un poco el ala por la parte delantera de manera que casi le cubría los ojos, dio media vuelta y continuó su camino hasta su casa. Aquella visita quedaba pendiente y tarde o temprano tendría que enfrentar la tan desagradable situación, pero tendría tiempo de ordenar sus pensamientos antes.

    Unos pocos minutos después tenía frente a sí la cadena de la campanita de su casa. La miró y dudó. No se sentía con fuerzas de soportar el mal humor que seguro tendría su esposa en esos instantes, pero mejor sería no alargar la agonía. Cogió con firmeza y tiró dos veces. Teresa abrió la puerta casi al momento, como si hubiera estado detrás de la puerta.

    -¡Ah, Esteban!, es usted. Al fin llega.
    -Buenas noches, Teresa. Claro que soy yo, y ¿qué es eso de <<Esteban>>. Si te escucha la señora Valdivia...
    -Perdóneme, señor, no se volverá a repetir, pero la señora no me puede escuchar porque no se encuentra en la casa -dijo bastante preocupada el ama de llaves.
    -¡¿Qué?! ¿Que no se encuentra? ¿Y dónde puede estar a semejantes horas de la noche? Aún no ha anochecido pero pronto lo hará -exclamó don Esteban más aliviado por librarse de la reprimenda que preocupado por lo que acababa de contarle Teresa.
    -También yo estoy angustiada, señor -Cerró la puerta al pasar don Esteban y ocultó su rostro entre sus manos, no para llorar, pero sí para ocultar su preocupación. Don Esteban en ese momento la rodeó con sus brazos-. ¿Han dicho algo antes de salir?
    -No, Esteban, sólo que volverían de la casa de su prima antes de la hora de la cena y fíjese qué horas son ya. Les ha debido de ocurrir algo, estoy segura -sollozaba apoyada en la levita del señor. En ese momento miró hacia arriba y se encontró con la mirada dulce del señor Valdivia. Ambos se quedaron mirándose un tiempo.

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