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sábado, 11 de mayo de 2013

Capítulo 28 - Un inconveniente

       La tarde avanzaba mientras el señor Montero relataba a las señoras las últimas adquisiciones de su biblioteca, que quedaban a su entera disposición; de los conciertos a los que acudió en Barcelona y de las maravillas que podían verse en París.

    -Nunca he estado en París, pero las calles y sobre todo los edificios de Madrid me enamoraron. Aunque sólo pude pasear por la calle Alcalá y sus alrededores me enamraron. Son soberbios -dijo Emma con un brillo en sus ojos recordando lo impresionada que la dejó su estancia en la capital antes de contraer matrimonio.
    -Estoy seguro de que París la encantaría, señora Valdivia -le dijo girando la cabeza para mirarla-. Se ven edificios magníficos, sus avenidas son las más amplias y los jardines tienen una flora desconocida en este país.
    -¿Ha estado usted en París, señor Montero? -preguntó Blanca queriendo saber más de ese lugar.
    -Así es, mi estimada amiga. Hace ya algún tiempo, cuando buscaba temas para mi primer trabajo después de licenciarme.
    -¡Ah! Pero... ¿ha estudiado la carrera? Quiero decir... ¡oh! ruego disculpe mi torpeza, señor Montero -dijo sonrojándose una abochornada Blanca por la indiscreción que acababa de cometer-. Pensé que al ser su padre el dueño de un periódico... No era mi intención ofenderle.

    El señor Montero se sonrió.
    -El hermano de mi añorado esposo, Blanca, era en efecto dueño de un periódico -intercedió doña Isabel-. Una gaceta, para ser más correctos con la verdad. Y a mi sobrino siempre le apasionó ese mundo, por lo que decidió formarse correctamente en la Complutense de Madrid. Y fue uno de los mejores alumnos, debo añadir. Ahora es Luis el director del que se ha convertido en un gran periódico.
    -Bueno, bueno, mi querida tía es evidente que me tiene en alta estima y me sobre valora. Simplemente he continuado el camino que inició mi padre, aunque no llego aún a su altura, algún día lo lograré.
    -¡Bah! Luis, eres muy bueno y tu padre y todos nosotros estamos muy orgullosos de ti.
    -Eso es algo admirable -añadió doña Amalia-. Le honra que haya querido forjarse un camino por sí mismo.

    Emma estaba escuchando mas no intervenía. Estaba completamente absorta en un hoyuelo que se le formaba al señor Montero en la barbilla cuando hablaba. No lo había descubierto hasta ese momento, y eso que en otras ocasiones le había tenido justo delante. ¿Por qué ahora se había percatado de ese detalle? ¿Y por qué le parecía tan llamativo ahora? Lo cierto es que comenzaba a albergar algunos sentimientos en su interior de los que aún no era consciente. Sólo se dejaba llevar por lo que ella creía una nube que la envolvía cada vez que él hablaba. Estaba así, sumida en esos dulces pensamientos y jugueteando con sus dedos que reposaban sobre su falda. Esos dedos inquietos y que... ¡tenía una alianza de oro en uno de ellos! Al percatarse cuando lo rozaba se quedó paralizada y notó cómo se ruborizaban sus mejillas. No hizo ningún gesto, pero su madre, que estaba sentada delante de ella observó algo extraño en ella.

    -Perdonad que os interrumpa... Emma, ¿te encuentras mal? -preguntó algo preocupada-. Hoy no te veo muy bien. Ha hecho demasiado calor y no te va nada bien.
    -...¿Eh?... ¡Oh! No me ocurre nada, madre, estoy perfectamente...
    -Isabel, amiga, estamos disfrutando mucho de esta velada pero será mejor que nos vayamos retirando -Doña Amalia se levantó mientras decía ésto, y acto seguido lo hicieron todos, menos Emma que seguía sentada-. Además, ya va a oscurecer, el camino es muy rudo y a oscuras no se ve nada bien con los faroles del coche.
    -Es una lástima, lo estábamos pasando muy bien. Volved pronto, por favor.
    -Lo haremos, estate segura. Nosotras también lo hemos pasado muy bien, aunque Emma haya estado algo descompuesta y no me haya percatado de ello hasta ahora.
    -Madre, estoy bien, en serio, sólo...
    -Hijita, te agradezco que no quieras angustiarme. Eres muy dulce. Pero debemos salir ya. Avisaré al mozo.

    Mientras la doncella traía todas las pertenencias de las señoras y el mozo acercaba ya el coche con el caballo. Las amigas se despidieron prometiendo volver a verse y las jóvenes alabaron la hospitalidad de los anfitriones. Emma subió en primer lugar, después lo haría su madre para sentarse enfrente de ella y por último Blanca, ayudada por la señora Blázquez y el señor Montero. Cuando éste soltó su mano el caballo hizo un rápido quiebro que desestabilizó el carruaje e hizo perder el equilibrio a Blanca que aún no se había sentado. Doña Isabel la intentó sujetar más firmemente sin conseguirlo, por lo que resbaló en el suelo del coche cayendo de mala postura encima del asiento. Las mujeres se asustaron mucho y la madre de Emma regañó al joven mozo por no estar al tanto del animal. Todos se preocuparon por Blanca.

    -¿Cómo te encuentras, Blanca? -preguntó asustada Emma.
    -¡Uff! Bien... creo... Ha sido más el susto... -dijo algo aturdida por el momento e intentando sentarse bien-. ¡Ay, mi rodilla!
    -¿Qué la ocurre, señorita? ¿Se ha hecho daño? -preguntó el señor Montero al ver los gestos de dolor de la joven.
    -Me duele muchísimo la rodilla, no la puedo mover, siento un gran dolor -dijo Blanca reprimiendo un sollozo de dolor.
    -Pero no puedes viajar en esas condiciones, el camino es muy abrupto y está claro que vuestro cochero no es nada experimentado -observó doña Isabel-. Deberías pasar aquí la noche y mañana avisamos al doctor.
    -Pero no creo que sea para tanto, doña Isabel. Es muy amable por su parte, pero no voy a ir caminando, sólo sentada.
    -Mi tía tiene razón, el camino es malo durante el día, pero ahora está oscureciendo y será peor. Pronto no se verá nada y no se podrán evitar los baches y las piedras. Sería más prudente evitar toda vibración a su rodilla, al menos hasta que la vea el doctor.
    -Se está hinchando, Blanca, deberías estar en reposo -añadió Emma asustada de ver lo que la había pasado a su hermana-. Aunque eso suponga abusar de la amabilidad de ustedes.
    -Ningún abuso, mi querida amiga -respondió el señor Montero mientras cogía en brazos a Blanca-. Ordenaré que lo dispongan todo.
    -Acompañadme. Dispongo de dos alcobas ya preparadas para las visitas. Tú Amalia, y Emma podéis dormir la que tiene dos camas -dijo doña Isabel cogiendo a su amiga del brazo y frotándolo en señal de afecto.
    -Amiga, si no te importa, prefiero pasar la noche en el mismo cuarto que Blanca, por si se la ofrece algo -añadió doña Amalia.
    -Claro, faltaría más. Es lo más lógico.

    Pusieron a Blanca en la cama. El señor Montero esperó en el corredor mientras la ponían unas gasas empapadas en agua fría para bajar algo la hinchazón. Doña Isabel la prestó una camisola, la acomodaron y ordenaron traer algo de la cocina para que cenara, pero Blanca no tenía mucho apetito por el susto. Se quedó tranquila a pesar del fuerte dolor que sentía y convenció al resto de que se encontraba bien, así que decidieron bajar al comedor para cenar. Doña Amalia mandó al mozo con el caballo a su casa para avisar que pasarían la noche allí y que así el señor Valdivia estuviera tranquilo. Quiso quedarse con Blanca para no dejarla sola, pero una doncella de la casa se ofreció acompañar a la joven. <<Está bien -asintió doña Amalia-, pero sólo hasta que yo termine de cenar. Volveré rápidamente a su lado>>. Todos estuvieron bastante callados durante la cena. El señor Montero rompió aquel silencio para hacer más ameno el momento. Además, tampoco se trataba de una tragedia.

    -A pesar del incidente, me alegra mucho que hayan podido venir. Es un placer contar con su compañía.
    -Es usted muy amable, señor Montero -agradeció cortésmente Emma-, teniendo en cuenta que se habrá aburrido con nosotras sobremanera.
    -¡Emma! No seas impertinente, chiquilla -la reprendió su madre.
    -Madre, no estoy diciendo que seamos aburridas -susurraba a su madre disimulando la vergüenza-, sólo que el señor abría tenido otros entretenimientos más acordes a sus gustos.
    -No deben preocuparse. Ha sido una visita muy agradable para mi. Se lo digo sinceramente. Me ha complacido mucho el poder haber hablado de literatura con usted, señorita Emma. Me gustaría enseñarle algunos tomos que poseo sobre equitación. Exponen unas técnicas de monta y doma que resultan asombrosas.
    -¡Oh! Me encantaría poder echarles un vistazo. Hace algún tiempo que no monto, así que seguro que me vendrá bien -dijo emocionada Emma. La apasionaban los caballos y leer sobre ellos-. No creo que pueda esperar a mañana para verlos.
    -Pues después de cenar puedes verlos, Emma -asintió doña Isabel-. Esta biblioteca no cierra -rió.
    -Bien, querida -dijo su madre-, pues puedes verlos al término de la cena, si al señor Montero no le parece mal momento. Yo me retiro con Blanca pero vosotros podéis quedaros charlando. Aún es temprano.

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